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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz - cmurilloruiz@yahoo.es

Cuando llegue el futuro

12 de octubre de 2015

Cuando llegue el futuro, que nunca es –en apariencia- el presente desbocado y caótico de nuestra contemporaneidad, ¿quienes lo vivan sabrán algo de nuestro pasado? Ese futuro, tan explorado en las novelas de ciencia ficción que yo conocí en mi adolescencia y que me llenaron de sustos y alucinaciones bellísimas, no se parece al “futuro” que estamos viviendo ahora. Pues una parte capital de la vida actual está enlazada a la pasmosa tecnología de la internet, y su gama de convenciones informativas va fragmentando y definiendo el sentido de los hechos que protagonizan los humanos aquí o en cualquier parte. Así, la ferocidad de las nuevas guerras y/o terrorismos quirúrgicos propiciados por el poder mundial, nos muestran que el futuro, tan caro a la utopía de crear sociedades menos injustas, está siendo asaltado por esas mismas tecnologías que virtualizan las luchas sociales y el núcleo político como atributo humano.

Esclavos de estar informados de cada cosa y a cada momento, una parte de la sociedad terrícola se ha olvidado de vivir la comunidad, es decir, la solidaridad con la familia, con los vecinos, con los animales urbanos que pululan abandonados en cualquier vereda, con la temblorosa psiquis individual que se agazapa en desconfianzas y vanidades cebadas por esa saturación informativa, tremendamente individualista, que proporciona un artefacto conectado sin descanso a la red. Esa deshumanización de las relaciones de las personas con el mundo inmediato y las dificultades que devienen de subvalorar el intercambio humano imperfecto pero real, en el corpus colectivo, ha causado mayor daño social que el que podían imaginar los creadores de la vieja ciencia ficción.

Por eso, una de las actividades fundamentales del convivir general, la política, ha sido gravemente afectada por la ilusión de la protesta virtual ordinaria. Sin embargo, las luchas sociales de la ruralidad, de los suburbios, de las industrias o pequeñas fábricas, de lo urbano y sus súplicas disciplinarias, de pandillas que controlan hasta los deseos de las niñas (como sucede en Centroamérica), que anhelan casarse con algún integrante de éstas, en fin, todas estas relaciones sociales reales, inyectadas de violencia y pasión humana suceden en contextos de desigualdad y sobrevivencia extrema; pero son arrinconadas o formateadas por el rebosamiento de unas redes fugaces que deshumanizan -en su rapidez del dato escabroso- la lentitud del dolor, del hambre, de los crímenes, de los asaltos sexuales, de la cólera social que aparece de modo primitivo a contrapelo de la supuesta educación de quienes ya pudieron, artificialmente, eludir la tribulación de las mayorías pobres y despojadas de su fuerza social y política.

Cuando llegue el futuro, nostálgico del papel impreso y su razón documental, la historia nos mostrará que los artilugios electrónicos de hoy ya estarán en el basurero de la fábula virtual. Porque las novísimas tecnologías del mañana no podrán descifrar sus insultantes memorias. Entonces, las reyertas virtuales quedarán en la nada y, también entonces, la gente misma, la propia, recuperará el aliento y se tomará la vida y la política de verdad. (O)

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