Si alguien en Ecuador o en nuestra América, al asistir a una conferencia o tan solo al participar en un coloquio entre amigos, llegara a referirse a la CIA, de seguro que se vendría a la mente de todos, un organismo sórdido, oscuro, maquiavélico, capaz de haber provocado en el mundo las peores catástrofes y calamidades inimaginables. Como el bombardeo a Hiroshima y Nagasaki, cuando aparentemente ya había terminado la II Guerra Mundial con la rendición del Japón, genocidio en el cual murieron aproximadamente 200.000 personas. Desde su inicio, en 1953, bajo el gobierno de Harry Truman, la CIA se identificó como uno de los mayores males del mundo. En sus comienzos estuvo integrada por 13.000 hombres, “y destinada principalmente a labores de inteligencia -dijo Jaime Galarza en su artículo “La CIA contra Ecuador”, publicado en El Telégrafo el 25 de octubre de 2012-, devino pronto una súper Gestapo más grande que la hitleriana, dispersa en estaciones y bases por todo el planeta, con cientos de miles de agentes, informantes, testaferros y colaboradores”.
Hasta la secretaria de la Junta Militar que gobernó el país entre 1963 y 1966 fue reclutada a sueldo. Lo mismo sucedió con el médico de Velasco IbarraEn nuestro Ecuador, la CIA ya se hizo presente en la década de los 60, presionando a Velasco Ibarra y a Arosemena Monroy para que rompan relaciones con el gobierno de Fidel Castro. Se desató una fuerte persecución en contra de aquellas personas o instituciones socialistas o comunistas. Actuaba la CIA en el país -según Philip Agee, exagente de la organización- teniendo su central en Quito, la que disponía de 8 funcionarios, una subagencia en Guayaquil y agentes en Cuenca, Loja y Ambato. A ellos se sumaban toda una red de informantes a sueldo, en sindicatos, universidades, Policía y Ejército. Hasta la secretaria de la Junta Militar que gobernó el país entre 1963 y 1966 fue reclutada a sueldo según el libro “Dentro de la Compañía: Diario de la CIA”, escrito por Agee. Y lo mismo sucedió con el médico de Velasco Ibarra.
Desde posiciones estratégicas, como el Registro Civil, el hotel Quito, los aeropuertos, agencias de viajes, se proveían los datos que los funcionarios de la CIA solicitaban a sus informantes a sueldo. Aparentemente los datos y movimientos de todos los ecuatorianos podrían ser de conocimiento de los agentes de la CIA. Ahora no me extraña entonces que los cónsules de Estados Unidos me negaran la visa para llegar a ese país en diferentes oportunidades. No solo en los años 70, cuando me explicaron que me encontraba “en la lista negra del consulado”, sino también en la década de los 80, cuando me desempeñaba como Subgerente de Difusión Cultural del Banco Central del Ecuador en Guayaquil y recibí, una vez más, una invitación del Gobierno estadounidense para visitar durante un mes varias ciudades norteamericanas. El cónsul que me atendió me negó nuevamente la visa “por ser una periodista comunista” y porque me encontraba en la lista negra del consulado.
En esta vez fue mi cónyuge -estadounidense por nacimiento, cuyos antepasados llegaron siglos atrás a EE.UU. desde Irlanda- quien se presentó ante la legación estadounidense llevando mis documentos, los que me devolvió a su regreso en pocos minutos con visa múltiple por 5 años. Lo mismo sucedió en 1994, cuando luego de un quinquenio, durante el cual viajé varias veces a EE.UU., me volví a presentar a ese consulado para solicitar una visa. Utilizando los mismos argumentos, por tercera vez me la negaron, pese a que se trataba de una convocatoria a un período de sesiones del Cedaw -Comité para la Eliminación de Toda Discriminación contra la Mujer-, organismo de las Naciones Unidas del cual yo formaba parte en representación de Ecuador, por lo cual se hacía ineludible mi asistencia a la ONU en Nueva York y en Viena. Otra vez fue mi marido quien llevó mis documentos al consulado de Estados Unidos, para reclamar la visa que haría posible el cumplimiento de lo que entonces era mi obligación. Por supuesto que asistí a aquel período de sesiones del Cedaw y, en otros 5 años, a diversos eventos en EE.UU.