Las cruces sobre el agua es la novela de Joaquín Gallegos Lara y de la que se ha repetido en forma constante que es la novela del 15 de noviembre. Y es que el 15 de noviembre de 1922 es una fecha escrita con sangre, con sangre del pueblo guayaquileño, puesto que el pueblo siempre pone los cuerpos de sus hijos. Las cruces sobre el agua es literatura y es memoria.
Es la novela de Guayaquil, y que Gallegos Lara se propuso reconstruir literariamente la ciudad con su río que se llevó, ese día de noviembre, a los muertos sagrados, los precursores de la patria, y se llevaba, ese mismo día del año, sus cruces movedizas y navegantes que se van como un éxodo de oraciones de palo, o como dura madera de recuerdo, dice Adoum.
Y es que en noviembre del 22 del siglo pasado estuvieron en las calles los de a pie, los de siempre, los que ya a esa fecha habitaban las casas zancudo que se han familiarizado en el Siglo 21 como expresión de miseria urbana. Pero no es menos cierto que detrás de ese movimiento estuvo otro actor al que la historiografía oficial se ha encargado de ocultarle. Y es que hemos perdido la identidad porque nos han deformado la historia.
El 15 de noviembre se inscribe en aquello que se conoce como el período plutocrático, que en términos de Jorge Núñez Sánchez, escenario en donde varios masones de mentalidad conservadora y oligárquica, llegaron a la Presidencia de la República y, alguno de ellos como José Luis Tamayo, que manchó sus manos con la sangre de los obreros asesinados, mientras, por otro lado, jóvenes abogados y masones progresistas actuaron como asesores de los trabajadores, y a los que la pluma de Núñez los identifica como José Vicente Trujillo, Carlos Puig Vilazar, José Abel Castillo.
Tras ese bautismo de sangre de la clase trabajadora ecuatoriana, el régimen plutocrático desataría una represión contra toda protesta social. Al año siguiente, las mismas metrallas masacrarían a los campesinos huelguistas de la hacienda Leyto. Salieron por pan y recibieron plomo.