La Italia post-primera guerra mundial se encontraba sumida en una de las peores crisis económicas de su historia. A pesar de haber estado en el lado vencedor, los esfuerzos bélicos y el destrozo de su industria al norte del país terminaron por hundir a una sociedad inmersa en el hambre y la desocupación. En ese entonces, Italia era una monarquía parlamentaria y los miembros del parlamento se elegían a través del voto universal masculino. La inestabilidad social se reflejaba en la disputa política, con los partidos socialista y conservador encabezando este forcejeo pero ninguno con la fuerza suficiente como para tomar decisiones unilateralmente.
En escenarios como este, existe el riesgo de que se empiecen a crear nuevos liderazgos apalancados en discursos radicales aupados por una estructura de propaganda. Las crisis sociales y económicas, además de todo el peso que conllevan por sí mismas, traen consigo sentimientos de desesperación e incertidumbre. Ante esta vulnerabilidad, las sociedades buscan alivio en sus líderes; buscan escuchar soluciones que tengan atajos hacia una realidad mejor a la que viven. Una vez que un personaje logra encarnar ese papel de salvador, la ciudadanía deja de preocuparse si en verdad sus problemas están siendo solucionados, pues ya se siente tranquilizada.
En Italia, quien brindó este sentimiento ‘mágico’ de seguridad fue Benito Mussolini, quien a través de un discurso ultra nacionalista instauró una dictadura que duró casi dos décadas y que terminó por llevar a una débil Italia a ser parte de la segunda guerra mundial. Sus decisiones llevaron a la muerte de centenares de miles de ciudadanos italianos y a irreparables pérdidas económicas, patrimoniales y culturales.
En menos de un año habrá elecciones en el Ecuador y la coyuntura actual puede ser el caldo de cultivo perfecto para generar pseudoliderazgos que prometan la cura facilista para todos nuestros males. Entendamos que solo a través de la cooperación, la empatía, el esfuerzo y una adecuada planificación podremos salir adelante. Evitemos caer en la tentación de escoger a superhéroes que prometan resolvernos los problemas mágicamente y terminen dándonos “gato por liebre”. (O)