Hay varias lecturas que se desprenden de lo ocurrido en el reciente proceso electoral, al margen de las acusaciones de irregularidades que podrían acarrear hasta la percepción de un fraude. Una de esas lecturas nos lleva a la necesidad de analizar los resultados en las elecciones seccionales, con márgenes muy pequeños de diferenciación entre los triunfadores y quienes quedan en segundos o terceros lugares.
Me refiero por ejemplo en las contiendas electorales para las alcaldías, que arrojan triunfadores con el beneplácito del 20% de los electores, a veces menos y en ocasiones un poquito más, lo que deja a esas autoridades electas con un muy escaso caudal electoral, tremendamente frágiles en el aspecto de la representatividad; ya que, si se suman los votos obtenidos por sus contendores, la cifra aparece como evidentemente desbalanceada, lo que seguramente abonará en contra de la gobernabilidad de sus respectivos territorios.
Si se goza de una aceptación del 20% y una no aceptación del 80, 70, 60% de los electores, el tema de la representatividad sufre y podemos enfrentar períodos de inestabilidad que arrancan desde la raíz y que podrían desembocar en luchas permanentes al interior de los concejos municipales, a ingobernabilidad y hasta a recorte de los períodos.
La gente y muchos analistas ven en este tipo de situaciones, que cada vez son más frecuentes a la hora de elegir a las autoridades, el germen de problemas desde el inicio y se plantea como solución la posibilidad de ir a una segunda vuelta, una especie de balotaje que garantice una mayor adherencia a los planteamientos y propuestas de los candidatos que pasen a ese segundo turno.
La atomización de los partidos y movimientos políticos, basada en la normativa electoral, están en el corazón de estas situaciones que no abonan a la democracia, sino que más bien distorsionan y complican el panorama electoral, dan como resultado esta debilidad de las autoridades electas con tan poco porcentaje de electores y abonan a los futuros problemas de gobernanza como ya lo hemos mencionado.
¿Puede una autoridad, en estas condiciones, sentirse segura? ¿O va a tener siempre pendiendo sobre su cabeza una espada de Damocles? Lista a pasarle factura y al arbitrio también de quienes aspiran a sucederle en el cargo, como en una especie de pesca a río revuelto.