Desde hace mucho tiempo se viene pronosticando un colapso económico global, situación que causaría no solo el desplome de las bolsas de valores mundiales y la quiebra de bancos y compañías, sino una crisis social sin precedentes, con todo lo que ello acarrea, como incremento del desempleo, violencia, delincuencia, y una larga lista de trastornos sociales.
Mientras los expertos en economía y finanzas discuten sobre las razones de fondo que estarían causando esta situación, planteando diversas salidas a la crisis, ciertos políticos le echan la culpa a otros, tratando de sacar provecho a favor de su ideología, pero nadie sabe a ciencia cierta el tamaño del huracán ni la forma de salir de él.
Como esta no es una columna sobre economía ni soy especialista en la materia, no aportaré con presagios ni recetas mágicas; mas, debo señalar que en el mundo –aún en nuestros días- hay suficiente capacidad para alimentar bien a todos los seres humanos y proveerlos de todo lo necesario para una vida digna; esto no está en discusión y lo saben muy bien todos quienes por alguna razón están familiarizados con el tema. Pero, entonces, ¿por qué hay tanta miseria y hambre, sobre todo en los países llamados “en vías de desarrollo”?
La respuesta la dio Jesús hace dos mil años en la fábula del buen samaritano, cuando aquel que fue robado y herido no recibió ayuda de ninguno de los que debieron hacerlo, por puro egoísmo y falta de misericordia. ¿Por qué cada día es más inminente un colapso económico mundial que solo de pensarlo eriza al más sereno? Porque el mismo egoísmo nos ha llevado a crear un sistema mezquino y vanidoso en el cual unos disponen de recursos astronómicos mientras otros no tienen donde reclinar su cabeza.
Mientras algunos dedicados a actividades triviales nadan en dinero, otros como profesores, médicos y profesionales con muchos años al servicio de la sociedad, luchan para pagar la renta de un cuarto. En este mundo de fantasía, un pedazo de piedra fosilizada puede costar decenas de miles de dólares, mientras la gente muere en el piso de los hospitales por no haber presupuesto para comprar más camas.
Si observamos la situación de forma objetiva y meticulosa, tendremos que aceptar que no bastará con cambiar el sistema si no cambia el corazón del hombre, porque cualquiera sea el sistema, siempre habrá quien quiera dominar a los demás, sea con el poder del dinero o con el poder político, que a la postre da igual. El mundo está en crisis no por falta de recursos económicos, sino por falta de amor.