Esta crisis nos está cambiando en nuestros diferentes niveles de relación. Sacando en casi todos lo mejor de lo cual estamos hechos. Aunque también, en algunos políticos, este tiempo ha reflejado lo peor de ellos. Como país nos dirigimos a cambios irreversibles. Cambios que trastocarán nuestras vidas en, por lo menos, los próximos lustros. No podemos seguir viviendo igual a como vivíamos dentro del espejismo de la última década en lo económico.
Por ejemplo, ya no hay como sostener esos sueldos que hacían de los empleados públicos el nicho de mayor consumo del mercado. Perder algo que ya no se puede sostener, como son muchos ‘sueldos dorados’ en el sector público, no es nada en comparación a las vidas que hemos perdido y perderemos a causa de la pandemia. Incluso resultan moralmente insostenibles mantenerlos, a cambio de la enfermedad y hambre de las mayorías.
La tragedia que representa el covid-19 despertó a muchos de un letargo, de la indiferencia hacia lo que se hace con nuestros dineros. Pocos, extremadamente pocos, ahora. Es que hemos llegado a entender algo fundamental en este momento: si nos roban, no solo que la corrupción nos empobrece más como país, sino que nos puede terminar matando de forma directa.
Ese sentido de supervivencia nos lleva a cuestionar hasta el último centavo mal administrado por alcaldes, prefectos y en todo nivel de gobierno y administración pública. Los cientos de miles de dólares que dirigen por adjudicaciones, hacia algo que solo les vale a ellos y a quienes reciben nuestros pocos dineros, para obras y servicios, donde impera la corrupción, resultan un acto de inhumanidad.
Adjudicaciones que nos llevan al dolor sin auxilio. Porque el dinero que serviría para ayudas se va hacia canchas sintéticas donde nadie podrá reunirse, como lo es la última adjudicación del Prefecto de Los Ríos. Procesos para contratar publicidad como el de la alcaldesa de Guayaquil, en la ciudad con más muertes a causa del covid-19; igual a lo que se pretendió en Chimborazo. Paren señores, absolutamente todos debemos cambiar, para bien de todos a la vez. (O)