Este es un año singular para el mundo: las tensiones se agravan por la coincidencia de factores geopolíticos, geoeconómicos y ambientales en el marco del sistema capitalista medularmente contradictorio. Aunque por su naturaleza experimenta recurrentes contracciones estaríamos iniciando un ciclo distinto, caracterizado por la convergencia de la crisis con una alta complejidad, es decir, con más componentes entrelazados a nivel global. Esta crisis aviva los conflictos en lugares escogidos para medir fuerzas, aprovechando el espíritu guerrero religioso de la población local, en su versión nacional o mítica: también en puntos de enlaces o ricos en materia prima.
En tiempos del mundo bipolar el conflicto geopolítico se expresó en el plano de la amenaza entre la Unión Soviética y EE.UU. Con el surgimiento de China en el siglo XXI, el alineamiento se hizo más complejo. Aunque es claro que existen tres centros dominantes, las relaciones de poder pasan por una infinidad de enlaces, espacios y grupos autónomos, entre los que se encuentran las organizaciones criminales que alimentan el capital mundial: es difícil dibujar un esquema que facilite el análisis. Podríamos decir que estamos ante un cuerpo caótico habitado además por masas enajenadas por la tecnología y el mercado. Sin lugar a dudas, las causas interconectadas de este caos, son culturales y económicas.
China no consolidó un mercado interno y depende desde hace miles de años de la Ruta de la Seda. Actualmente su modelo se basa en la producción industrial exponencial sujeta a la demanda del mercado mundial. Su producción industrial necesita de ingentes recursos naturales, que como sabemos, son finitos. Tampoco ha logrado seguridad alimentaria: en 2024 se transformó en el primer importador de trigo del mundo.
Por su parte, EE.UU. depende de la exportación de armas y la fabricación del dólar como divisa mundial, para lo cual ejerce dominación. Aunque opositores geopolíticos, EE.UU. y China son interdependientes en tecnologías, sistemas industriales y deuda. La tensa realidad, evidente en la desaceleración económica, nos muestra además que el mundo está manejado por líderes dogmáticos que entienden de mercado y guerra, pero muy poco de política dialéctica; carecen de ideología humanista, formación filosófica, discurso y utopías, virtudes propias de otros tiempos.