Semanas atrás se difundió la noticia de que los datos de millones de ecuatorianos concentrados en plataformas informáticas estatales, habían sido extraídos y entregados a empresas internacionales, violando el derecho a la privacidad de información personal.
La filtración de datos de identidad personal, muestra que los dispositivos que contienen nombres, teléfono, número de cédula, cuentas bancarias y más, se han vuelto una mercancía de gran valor, comprada y vendida irregularmente por empresas transnacionales.
De la mano con la filtración de datos crece el acoso a miles de ecuatorianos, mediante llamadas realizadas desde call center anónimos a teléfonos personales, para imponer tarjetas y créditos bancarios, bajo presión psicológica. Las frases estandarizadas de locutores enuncian el nombre del cliente en caza, al cual se intenta apresar, comunicando luego que se le ha aprobado un crédito o está lista su tarjeta de consumo, casi al mismo tiempo que el potencial cliente enuncia el cotidiano “sí”, con el que se suele contestar el teléfono, bajo riesgo de ser usada la afirmación grabada, como aceptación de contrato. Se trata pues, no solo de marketing, sino de toda una estrategia para promover el endeudamiento de sectores medios, usando bases de datos obtenidas de manera poco transparente.
La venta de datos con información privada está articulada al negocio de créditos, pero también forma parte de una táctica para incrementar el consumismo. No se trata de un fenómeno aislado, sino de toda una tendencia mundial, que incluye el bombardeo de publicidad por medio de todas las plataformas info-tecnológicas que nos interconectan.
Detrás del negocio de la venta de datos se evidencia, pues, otro de los cambios significativos de los nuevos tiempos: la rotura del espacio de lo íntimo-privado, antes precautelado, mediante aquellos principios que prohibían romper los sellos de las cartas enviadas por correo, forma en la que hasta hace poco circulaba la información personal. Vale decir que pocas décadas atrás, ni en los relatos más agudos de ficción cabía la idea de que la identidad individual se convirtiera en mercancía, en forma de macrodatos. (O)