Hace más de dos semanas estuve en Guayaquil. A mi regreso, poco después experimenté un fuerte dolor de garganta, luego una intensa tos seca y rápidamente una aguda fiebre. Pasé así algunos días hasta comprobar que empezaba a costarme el respirar.
Al poco tiempo estalló la pandemia del covid-19, se encendieron las alarmas en todo el mundo. Yo seguí viviendo normalmente, sin escandalizarme ni escandalizar. Sin mostrarme como un héroe que sobrevive con arrojo. Sí tomé muchos líquidos, jarabes de ajo, cebolla, jengibre, miel de abeja, acompañados de dosis de vitamina C. Pero nada detuvo el escalamiento de la enfermedad. Así empecé a asustarme.
Cada vez me notaba más agotado. Llamé al 171, me dieron cita para el 20 de abril, pero no podía esperar tanto. El aislamiento, el abuso de las redes sociales y la información falsa provocan un clima de histeria colectiva que empieza a notarse. Eso me invadió inmediatamente de pesimismo. Hay disponible mucha información valiosa, pero también cualquier cantidad de basura cibernética hostigando a la sociedad. Los únicos medios confiables son los oficiales y las cadenas de comunicación serias.
Después de soportar varios de días de malestar, pero especialmente de incertidumbre, fui a una consulta profesional. Me atendió un médico de actitud desenfadada. Me hizo los típicos controles de presión, respiración y garganta. Le dije que creía ser portador del virus. Anotó mis síntomas e hizo el diagnóstico. Usted no pasa por un proceso viral, sino bacteriano, me dijo. Usted tiene amigdalitis. Le recetaré esta inyección para la inflamación y este antibiótico para la infección bacteriana. Líquidos y gárgaras para la garganta y para la tos. Descanse.
¿Cuántos más en una situación similar se creen portadores o contagiados pero solo tienen amigdalitis o tos? ¿Cuántos más pasan por lo mismo, no asisten a una consulta médica, se quejan de los sistemas de salud y desparraman desesperanza en su entorno? (O)