A la mayoría de la población mundial, la pandemia del coronavirus la tomó desprevenida. Respecto a qué fue lo que la causó se han dado explicaciones que van desde el absurdo hasta hipótesis con carácter científico. Igual que en la gripe española, se ha dicho que el pecado fue el causante. Otros, acusan al imperio norteamericano o al afán expansionista de los chinos. No faltan quienes acusan a extraterrestres o reptilianos. Pero nadie conoce cuál es el origen de este mal.
Serán las clases desposeídas las que soportarán el mayor peso de la crisis económica. Es previsible que la clase media se pauperice. El Estado deberá preocuparse con una respuesta efectiva desde las políticas públicas en educación y salud para los sectores más vulnerables. Para ello, el Estado contraerá más deuda externa. En el futuro, para pagarla, al Estado le corresponderá generar nuevos ingresos; por ejemplo, quizás se flexibilicen las medidas proteccionistas ambientales en el campo de la minería.
El sector privado, por obvias razones, no ha tenido un papel protagónico. Es muy probable que, en la poscrisis, sea nuevamente fortalecido el rol del Estado. El sector privado requiere de impulso estatal para generar el aumento de la iniciativa privada y crear fuentes de trabajo.
Hemos visto que la educación superior ha dado una respuesta medianamente efectiva y eficiente. Incorporó de manera acelerada, las nuevas tecnologías de la comunicación para no interrumpir el proceso educativo. Es factible que estas nuevas tecnologías cobren mayor vigor y vigencia en todos los niveles educativos. Junto a la educación, se impulsará el teletrabajo y el e-comerce.
Será casi inevitable que la pandemia global ponga en jaque al sistema político que viene convulsionando desde los últimos 15 años. Lastimosamente podemos prever que, dadas las nuevas condiciones sociales y económicas, podrían convertirse en caldo de cultivo para los populismos y gobiernos totalitarios. Quizá, esta vez, tengamos que partir desde cero. (O)