El Papa Benedicto XVI renuncia y deja de ser la máxima autoridad de la iglesia católica asqueado, atormentado, debilitado por la corrupción interna, conducta que es la peor lacra que aflige y destruye a la humanidad, más grave que el cambio climático, más infiltrada en las colectividades que el crimen organizado, más dolorosa que un cáncer terminal, más asfixiante que la bomba atómica lanzada en Hiroshima.
La plaga de la corrupción entorpece a los seres humanos que pierden la noción de la convivencia, destruye la autoestima, pulveriza la ética propia, tritura el concepto íntimo de la moral, embriaga hasta enlodar la imagen del respeto que le deben los demás.
La desesperación que se apodera del corrupto para ganar dinero suciamente le hace perder los estribos y destruir su conducta como el vendaval de un tsunami que arrasa todos los valores humanos a su paso.
Benedicto XVI se declaró muerto en vida, incapacitado para luchar contra este flagelo que igual arrasa a los dirigentes del Partido Popular que gobierna España mientras el Gobierno de Cuba convoca a cerrar filas contra la corrupción y no hay país, ni gobierno, ni administración publica o privada, colectividad social, que deje de estar manchada por la corrupción.
Si Benedicto XVI se rinde y la Iglesia Católica, desde el poderoso Vaticano hasta la minúscula parroquia, admite estar contagiado de corrupción letal, no solo por el absurdo y antinatural celibato que conduce a la corrupción sexual, sino también por el manejo de dineros sucios al punto de que ya nada puede sorprender ¿qué le queda a otras instancias sociales?
Es una plaga universal que afecta a los más variados estamentos de las sociedades por encima de creencias religiosas, ideologías, militancias políticas, estructuras sociales, género, niveles de edad y de educación, clases sociales, profesiones, tipo de empleo, estado civil, etc.
Hay una destrucción colectiva de la ética y la moral: No hay límite para la podredumbre.
Ni siquiera la amistad o el parentesco donde se pone en juego la lealtad, la fidelidad, el elemental respeto humano, la traición a la confianza.
Son innúmeros los casos de miseria humana en este sentido, porque el daño que infligen a terceros es ilimitado.
Cual si fuera una plaga letal que mata a la sociedad universal, contra la cual por desgracia no hay antídoto que la neutralice, que no sea el fortalecimiento de los valores en todos los seres humanos.
“El mal de muchos es consuelo para los bobos”, reza un dicho cierto, por lo que hace falta que la educación familiar, escolar y ciudadana se convierta en una tarea emergente, urgente e impostergable, conscientes de que la corrupción es una deformación de la cultura.-