La corrupción del sector público es algo endémico en Latinoamérica y un poco el criterio de que “los trapos sucios se lavan en casa”, que los escándalos minan la credibilidad y afectan la imagen del Gobierno, evita que se enfrente de manera más directa. Cuando solo se baja el perfil al escándalo, puede que se logre bajar la presión de la opinión, pero queda la sensación, así no sea cierto, de que no se está haciendo algo para evitar la corrupción. De otra parte, cuando las denuncias son hechas con medias verdades, mala fe o fines políticos de desprestigio, aunque sean ciertas pierden credibilidad y lo único que hacen es activar el mecanismo de defensa de un gobierno sin resultados positivos.
Para ver una experiencia diferente, traigo hoy el caso de Colombia a esta página editorial, ya que en ese país nunca habían salido al mismo tiempo tantos escándalos de corrupción. No todos son herencia del gobierno de derecha de Uribe, si no también del gobierno local de izquierda de Bogotá dejando claro que los corruptos son los funcionarios y no los partidos o sus ideologías. El punto es que el presidente Santos tomó la decisión de ponerle la cara a todos esos escándalos, a sabiendas de que esto podía afectar su imagen por haber sido ministro de Uribe; los entes de control comenzaron a mostrar resultados en sus investigaciones y el sistema judicial a sancionar; con lo cual la gente ha comenzado a percibir que el sistema sí está castigando la corrupción. En medio de la indignación y el “twiterrorismo” que Uribe le hace a su heredero, la gente sabe que por lo menos algunos de estos delincuentes ya están en la cárcel.
Al contrario de lo que uno pensaría y sin negar que los escándalos sí impactan, tiene mejor imagen ante la ciudadanía un presidente que en vez de negar la corrupción del sector público, la asume y se compromete a combatirla. En este caso Santos no defiende a ningún funcionario, en tal sentido deja claro que cada quien asume la responsabilidad de su cargo, o dicho de otra forma, no se toma acusaciones ajenas de manera personal. También ha sido atinado en “desmarcarse” de su antecesor creando una imagen independiente en su país y en el exterior.
Ya que hay tanto en común, resultará interesante ver cómo evoluciona esta crisis, porque cuando los distintos organismos de un Estado comienzan a cumplir su función, las cosas pueden comenzar a cambiar. Los gobiernos no deben tener reparos en perseguir los actos de corrupción que se presenten en sus equipos, ello también puede redundar en beneficio de la imagen gubernamental.