Son una espina en la garganta de los imperios y sus felipillos. Por eso van tras ellos y ellas. Hoy son Dilma y Lula en Brasil y Maduro en Venezuela. Ayer fueron Chávez (2002), Evo (2006), Zelaya (2009), Correa (2010), Lugo (2012) y no nos olvidemos de Fidel, a quien intentaron eliminar más de 600 veces, y de Allende, cuyo suicidio fue un asesinato. Son nuestros dirigentes(as), expresiones de una brillante generación, convertidos en tales por su autoridad moral y porque representan proyectos políticos con una perspectiva estratégica y regional.
Hoy van tras ellos y ellas como ayer fueron tras esa grandiosa generación de líderes africanos que lucharon por la descolonización de sus pueblos y que fueron derrocados, ultimados simbólicamente o masacrados físicamente, como lo fue el dirigente congolés Patricio Lumumba, cuyo cuerpo, luego de ser brutalmente torturado y fusilado, fue descuartizado, sumergido en ácido y quemado para que no quede vestigio material de su existencia. Hace poco se cumplieron 55 años de su asesinato a manos de la CIA y del imperio belga. Poco conocemos de la saga de estos grandes hombres y mujeres de África con quienes nos une más que nos separa la historia. Y, preguntémonos, ¿qué individuos, qué proyectos reemplazaron sus sueños revolucionarios? La historia de saqueo de sus recursos naturales, genocidio, hambruna y neocolonialismo de ese gran continente madre de la humanidad en las últimas décadas, nos lo responde. ¿Y en nuestra región, qué? Ya estamos atisbando a los felipillos y los proyectos a la carta del imperio, que pretenden imponernos.
Quince años llevan en nuestra región tratando de descabezar nuestros procesos. Y mientras ellos, obsesiva y sistemáticamente se focalizan en las dirigencias utilizando todas sus energías para liquidarlas, en nuestras filas se alzan voces que reniegan de esos liderazgos. Es el caso ecuatoriano. Aquí se ha llegado a afirmar que la presencia de Correa es “lo menos importante”, que hay que alterar la “naturaleza personalista” del proceso y que sería indispensable que “se aparte definitivamente” para que este se renueve.
¿Acaso el liderazgo es una opción personal? No lo es. Y mucho menos, el revolucionario. Es el juego de la historia el que coloca a unos individuos en ese rol, a aquellos(as) cuyo talento se corresponde mejor que otro a las necesidades de la época. Porque logran cristalizar lo que Kosik denomina independencia, esto es, “estar de pie y no de rodillas… tener su propio rostro, sin esconderse tras una máscara ajena… valor y no la cobardía”. Es eso lo que convierte a unos hombres y mujeres en ‘grandes’ en un momento histórico. Y peligrosos(as), porque se constituyen en modelos a imitar.
No hay que confundir esto con ‘culto a la personalidad’ o ‘mesianismo político’, peor aún mirarles como estorbos. Por el contrario, constituyen nuestra propia historicidad, expresan nuestra humanidad. Son las causas singulares de nuestra historia presente y, justamente por eso, se convierten en blancos del imperio y sus felipillos. (O)