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El Telégrafo

Corazón, cerebro o bolsillo

05 de diciembre de 2011

En política hay una eterna discusión para determinar quiénes son de izquierda (que propugnan el cambio social) y quiénes de derecha (que defienden el conservar las cosas como están, en latín, el “statu quo”).

En todas las latitudes se provoca una encarnizada disputa para determinarlo entre los que pretenden ser “los auténticos” de uno u otro bando y lo grave es que no hay juez que lo dilucide: solo queda un tibio recurso, el de apelar al bíblico “Por los hechos los conoceréis”.

La adhesión a una u otra posición ideológica se llega por distintos caminos: el imaginario humano piensa que el corazón es el órgano de los sentimientos y que allí se instala  la solidaridad, la angustia y el afecto hacia los desvalidos y se provoca una inclinación a desear el cambio que conduzca hacia la justicia y la equidad. Y otros, de corazón endurecido, que jamás sienten nada por el sistema que los rodea.

Hay quienes utilizan el cerebro para pensar, analizar y concluir lo bueno o lo malo de propiciar cambios de una u otra intensidad para no alborotar, o sí, el gallinero. Y, finalmente, hay unos para los que su órgano más sensible y más pragmático es el bolsillo: ¿cuánto entra o sale con o sin el cambio social?

Cuando algunos se proclaman los verdaderos representantes de una tendencia hay que establecer si hablan con el corazón, el cerebro o el bolsillo, que de todo hay en la viña humana.

Y ver qué propugnan, con quiénes se juntan y cuánta lealtad existe entre sus actos y sus palabras para juzgarlos si son de izquierda o son de derecha, o si se manejan con doble discurso, doble moral y múltiple ética en beneficio de satisfacer su corazón, su cerebro o sus bolsillos.

Ver el origen de clase social, las influencias genéticas y el “dime con quién andas” ahora y con quién anduviste antes. Pues sí resulta cierta aquella otra antigua aseveración de que Dios los cría y el diablo los junta.

Si es cierto que el hábito no hace al monje también lo es el que la etiqueta no hace al político: hay radicales que pretenden practicar el extremismo y no se dan cuenta de que dan la vuelta y de la extrema izquierda se pasan a la extrema derecha y viceversa, cambiando su etiqueta por razones inspiradas en el corazón, el cerebro o el bolsillo.

En el asunto no hay otro meollo que la sinceridad, la transparencia y la lealtad a los principios que se profesan, lo demás es “puro cuento o puro teatro”, como dice un programa que dirige mi homónimo en la TV.

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