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El Telégrafo

Cooperación y desarrollo

24 de septiembre de 2011

Pasada la primera década del siglo XXI, llama la atención la necesidad cada vez más urgente de exigir una auditoría, si se puede llamar así, a la denominada cooperación al desarrollo. Y esta necesidad surge en relación a la reinstitucionalización de los Estados a lo largo del llamado tercer mundo o Sur. Es que es urgente esta auditoría no solo en términos económicos, sino políticos, ya que esta cooperación surgió como criterio de una responsabilidad global desde 1945, por parte de las potencias occidentales frente a los países atrasados. De ahí hasta ahora esta cooperación para el desarrollo ha estado cubierta por un velo casi de misterio. La cooperación ha sido un arma sumamente efectiva para difundir el “desarrollo”, el cual también es un misterio, por todos los países periféricos del mundo. Es claro que ha sido utilizada la cooperación como instrumento ideológico para contener sea el socialismo-comunismo, los movimientos sociales, étnicos, etc. Y esa contención ha pasado, precisamente, por un apoyo continuo; es decir, con mayor asistencia para el desarrollo, lo que se generó es una mayor dependencia a todo nivel y, claro, mayor grado de “incidencia política”.

Así la cooperación para el desarrollo consolidó las llamadas “zonas de influencia” a lo largo del mundo. América Latina es, quizás, el mejor ejemplo de esta ayuda y asistencia íntimamente ligada a regímenes de seguridad democrática bajo los modos dictatoriales o de democracia representativa y participativa. Muchos problemas se encuentran en esta ayuda para el desarrollo: a quién rinden cuentas, información segmentada y de poco acceso, verticalidad en los procesos y toma de decisiones, difusas formas de acción, que no permiten que se reconozca e identifique quiénes mismos son; excesivos intermediarios, los cuales dan forma operativa a la cooperación, adaptándose a localidades, regiones, etc., lo que dificulta aún más clarificar quiénes toman las decisiones y cómo se condiciona la recepción de los fondos. En lo más operativo hay un sinnúmero de organizaciones no gubernamentales para el desarrollo que pululan en busca de “beneficiarios” a los cuales se adaptan, se inyectan metodologías participativas, comunitarias, democráticas; que se acomodan fácilmente a todo segmento de la sociedad: comunidades pobres, sectores medios, género, cámaras de empresarios, los famosos think tank, etc.

Los resultados pueden ser muy criticados. Si analizamos los últimos treinta años encontramos mayor exclusión, pobreza, desinstitucionalización del Estado, todo tipo de privatizaciones, cientos de enunciados sobre la democracia y su defensa, mayor inequidad, reconcentración de tierras, es decir, si hay resultados positivos han sido de tipo cortoplacista, a mediano plazo solo la resistencia social ha permitido desenmascarar la falacia de la cooperación y el desarrollo direccionado desde los países ricos y sus imperios transnacionales.

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