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El Telégrafo

Contrapesos

07 de noviembre de 2011

Se ha puesto de moda hablar de los “contrapesos”,  en vista  de que el uso de reclamar los consensos no da resultados.

Los partidarios de los consensos son enemigos de los extremos, ellos prefieren no definirse por nada, y su vida la basan en el: “puede ser que tal vez, ¿quién sabe?”. “Ni tan tan, ni muy muy”.

En la política actual, cuando sí se están cambiando cosas, los afectados en sus intereses han radicalizado sus antagonismos contra el régimen que efectúa con firmeza esos cambios.

Y entonces intervienen los definidos, los que prefieren correr el riesgo de los que motejen de “extremistas” y se ufanan de llamar al antagónico con todos los epítetos a su alcance.

Y ahora a esa conducta beligerante, extremista, cerrada, intransigente, le llaman “contrapesos” y hasta se declaran ser “democráticos”.

No es malo ni hace daño al país que esto suceda, para que cada uno decida a qué palo se arrima: lo perverso es que se use doble discurso, que se reclame tolerancia para los contrapesos y al mismo tiempo se radicalicen los antagonismos y asumir el derecho de oponerse a todo, criticar todo, difamar todo, calumniar todo. Si algo hay bien hecho, es de casualidad, de lo contrario todo es culpa del régimen.

Y, bueno, todos tenemos derecho a pretender que podemos escoger el  destino, pero que no se pidan contrapesos al mismo tiempo que se practica el extremismo. Doble discurso, doble ética.

Hay unos medios de comunicación que suelen llamarse democráticos, independientes (porque son privados) y claman porque se permitan los contrapesos, pero cuando hacen debates sobre temas políticos nunca ponen contrapesos y practican su oposición al régimen a tiempo completo, a lo que tienen derecho, pero no a practicar la hipocresía para tratar de embaucar a sus oyentes

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