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Hasta ahora no contamos con un concepto acabado del término “corrupción”, tampoco se han perfilado cabalmente los elementos que la configuran, sin embargo, sabemos que se trata de un fenómeno pernicioso porque genera múltiples efectos negativos a amplios conglomerados humanos. La corrupción es un asunto de actualidad mundial, preocupa sobremanera. Lastimosamente, el Ecuador está inserto en el círculo de crisis moral que tal situación revela; esto plantea retos serios, los cuales van desde la dimensión social hasta la institucional.
La corrupción siempre ha existido, pero nunca hemos sabido de una tan grotesca y desproporcionada como la que reinó en la época del correísmo. Resulta así deleznable, pues priva a la sociedad de beneficiarse con políticas encaminadas a materializar derechos, lograr equidad, profundizar la democracia, y generar seguridad jurídica para realizarnos en paz. Estamos conminados a poner un alto al saqueo de las arcas fiscales, obligación cívica de la cual dependerán los caminos hacia días mejores. Un factor gravitante para el éxito en la lucha contra la corrupción radica en vincular en tan delicadas tareas ante todo a personas buenas, honestas y decididas.
A la par, tendríamos que empezar a tratar en serio sobre la conveniencia de mantener la autoridad contralora unipersonal o de crear un tribunal de cuentas con competencias suficientes para hacer prevención, auditoría, control y juzgamiento respecto a la gestión pública, como al mal uso de recursos. También parecería aconsejable hacer ajustes cualitativos en el ordenamiento jurídico, sin obviar la experiencia comparada. Así mismo, incorporar tecnología de punta en los procesos.
Para pensar en posibles soluciones a este lacerante mal están convocadas todas las personas y colectivos de la sociedad, también las instituciones estatales y, por supuesto, la universidad, que aportará pasando del debate crítico e informado a la propuesta. (O)