La educación no salva el mundo. A veces se la idealiza al punto de suponerla variable independiente del desarrollo, o garantía de comportamiento civil de los ciudadanos. No es plenamente lo uno ni lo otro, aunque es cierto que contribuye un tanto en ambos rubros.
La educación no es, entonces, una panacea, pero sí es un aporte concurrente a mejores condiciones materiales y culturales para el conjunto de la población que acceda a ella. Cuidar su calidad es colaborar con mejores condiciones de vida para la población.
Es plausible, en ese sentido, la decisión del presidente Correa de otorgar un estipendio para quienes quieran estudiar Pedagogía. Esto redunda en un mejor profesorado, en tiempos en que la calidad educativa está comprometida por las tensiones impuestas desde el campo de la imagen. Vía Internet y televisión, el espacio de la lectura y escritura es cada vez menos reconocido, y los jóvenes le son ajenos casi por completo.
Repensar la educación dando un lugar a la imagen sin a la vez renunciar a la letra es un desafío que se podrá hacer mejor con jóvenes que estudien sistemáticamente las condiciones del aprendizaje dentro del sistema educativo; esto no se asegura solo con un aporte económico, pero es evidente que sin el mismo difícilmente se avanzaría en la resolución.
También es destacable la modernización de procedimientos en la evaluación universitaria, que ha puesto a Ecuador (que previamente estaba muy retrasado al respecto) acorde a la mejor experiencia internacional. La evaluación de instituciones es imprescindible, y es exigencia de calidad educativa que aquellas que no alcancen mínimos estándares no puedan mantener su funcionamiento. De lo contrario se está rebajando el nivel de las titulaciones, con el consiguiente perjuicio para quienes luego contraten o soliciten el servicio de quienes ya serán profesionales.
Un avance en educación, entonces. La educación es objeto central de política estatal, y es destacable -por ello- que se estén haciendo esfuerzos por sostener su mejor nivel.