No por ‘blando’ es menos un golpe de Estado; lo están intentando por vía financiero/mediática en Venezuela, y en la Argentina ya lo practicaron exitosamente contra Raúl Alfonsín en 1989. Ahora quieren repetirlo contra el gobierno de Cristina Fernández. Quien quiera saber qué es eso de ‘golpe blando’ puede seguir sus prescripciones por internet, a través de un hombre ligado a las operaciones encubiertas de Estados Unidos en el resto del planeta, que responde al apellido Sharp.
Allí se enfatiza el rol de los medios masivos para producir descontento general contra los gobiernos populares. Hay que enfurecer diariamente a la población. Hay que saturarla de denuncias e insinuaciones no probadas sobre corrupción, voces apocalípticas sobre el presente y el futuro económico, anuncios permanentes de catástrofes y crisis terminales, aun cuando la realidad sea perfectamente otra.
En Argentina los sectores populares tienen hoy acceso a multitud de planes y programas sociales, así como las clases medias consumen con enormes posibilidades: compran automóviles 0 km (récord de ventas el último año), también autos usados (récord por su parte en 2013), llenan restaurantes y bares, viajan por el país y por fuera con toda fruición y facilidad, como quizá nunca antes, al menos en las tres últimas décadas.
Aun así, las clases medias despotrican todo el tiempo contra el Gobierno. A partir de una ideología reaccionaria, antipopular, individualista y llena de vulgar moralina, se dedican a apostrofar contra los planes sociales (“es mi dinero entregado por Cristina a los vagos”) y casi a envidiar a los pobres, porque estos -que no tienen, obviamente, acceso a las opciones económicas de las clases medias- son favorecidos, según ellos, por encima de lo que se atendería a la pretendidamente sacrificada clase media nacional.
Sobre este cauce inicial de ideología retrógrada se instala el discurso de los medios hegemónicos, primitivo, repetitivo y brutal: sostenido en un bajísimo nivel periodístico, en el chisme banal y suspicaz, en la burda sospecha sobre cualquier cosa que se haga en nombre de la política, ha renunciado a cualquier discusión de fondo sobre modelos, alternativas, ideologías y proyectos. Lo suyo es una colección de lugares comunes y banalidades de todo tipo, un proceso salvaje de trivialización de la opinión pública, con lo cual ya no hay discusión de argumentos sino gritos, sarcasmos de baja estofa, interjecciones e insultos, proferidos sobre todo por vía televisiva. Todo un proceso de estupidización social en curso, que ha dado amplios frutos en la liquidación del debate social, y su reemplazo por la apelación a precarios prejuicios repetitivos y tenaces.
Ahora forzaron una devaluación de la moneda (esto lo hace el ‘ala financiera’ del complejo golpista financiero/mediático) y pretenden forzar una mucho mayor, que descalabre tanto a la economía como al Gobierno argentino (y, obviamente, hunda a sus sectores populares en el hambre y la desocupación en un plazo nada largo). En eso están: fueron azuzados por artículos de The Wall Street Journal y The New York Times contra el Gobierno argentino -presentados torpemente como si fueran índice de lo que hay que pensar sobre el país- y hasta hubo una insólita atención hacia Paul Singer, jefe de los llamados ‘fondos buitres’ que litigan internacionalmente contra la Argentina, a quien se entrevistó como si estuviéramos ante un hermeneuta de las necesidades económicas del país del sur.
La presidenta argentina se mantiene firme, y llama a sus seguidores a luchar contra el aumento de precios promovido por los empresarios vía devaluación.
A la vez, ello conlleva rechazar el intento desestabilizador y golpista en curso. Intento contra el cual están los muchos partidarios del Gobierno, pero también muchos de quienes no lo son: la democracia no puede ser lesionada, y pretender desplazar por la fuerza a un gobierno popular puede ser la llave para un largo proceso de violencia social que sería desastroso propiciar.