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El Telégrafo
Edmundo Vera Manzo

Construcciones de identidades: personales, institucionales, comunitarias, políticas y nacionales

16 de enero de 2016

La identidades personales, familiares, institucionales, barriales, ciudadanas, comunitarias, provinciales, regionales, culturales, políticas, nacionales, andina, sudamericana, caribeña, latinoamericana, etc. son procesos inacabados, en construcción, que se construyen de formas conscientes e inconscientes, sometidos a presiones externas e internas, en interacciones múltiples que configuran una personalidad e identidad cultural en un momento histórico determinado. No se es para siempre. Todo cambia, a velocidades diferentes. Existen momentos que parecen eternos, como si nada cambiara y, sin embargo, terminan cambiando. En lo personal, cultural y político existen dos creencias equivocadas.

La primera considera que las personas e instituciones deben  conservarse, no deben cambiar y se convierten en conservadores. Creen que debe mantenerse el statu quo, los prejuicios, mitos y creencias que detienen, que como lazos invisibles aprisionan a personas e instituciones. Se da el absurdo de conservar lo anacrónico, lo superado. El segundo error es creer que se debe cambiar todo en una persona e institución como si no tuvieran algún valor, como si nada sirviera. Así eliminan todos los materiales, instrumentos, tecnologías y personas, sin importar que todavía funcionan, aportan. Sucede cuando prefieren demoler un edificio que todavía tiene vida útil, deforestar donde existe una importante flora y fauna para sembrar un monocultivo o jubilar  personas con muy buen nivel de competencia, porque han cumplido 65 o 70 años. El conservar o cambiar son dos decisiones equivocadas, es un falso dilema, una situación unilateral, maniqueísta, el creer que debe ser lo uno o lo otro.

Considero que en la construcción de una madura y eficiente identidad deben darse simultáneamente cuatro operaciones o tareas: conservar, cambiar, incorporar e innovar o crear. En las personas e instituciones deben conservarse los valores, tecnologías, saberes y conocimientos antiguos que se encuentran vivos, lo que ha sobrevivido, trascendido el paso del tiempo. Conocimientos médicos comprobados que tienen miles y cientos de años, como por ejemplo la acupuntura, sabidurías y arte de vivir de muchos años que han demostrado su valor y lo mismo podemos decir de tecnologías como la rueda, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, etc.

Se debe cambiar, eliminar, borrar las aberraciones culturales, prejuicios, conductas y disposiciones educativas, culturales, económicas y políticas que atenten contra el desarrollo personal, los derechos humanos, el medio ambiente, los derechos políticos, el buen vivir y la felicidad. Se debe criticar, tomar conciencia y cambiar creencias perjudiciales que son aceptadas como naturales, normales  y que constituyen un verdadero genocidio, como son los casos de considerar ‘normales’ el analfabetismo, la marginación social, el no reconocer a las asignaturas aprobadas en la educación básica y el bachillerato, el mal llamado libre mercado, que los más ricos no paguen impuestos para que creen puestos de trabajo, el machismo, etc.

Se debe incorporar los valores, conocimientos y tecnologías que tienen otras personas, comunidades y países y que no tenemos nosotros y que se injerten a nuestras cualidades personales e institucionales. Además de lo anterior, hay que innovar y crear, aportando a los demás nuestro sello personal junto a lo que hemos recibido de los otros.

En esa forma cada persona, institución, comunidad y país, como diría José Martí, debe hacer “una síntesis viviente de los valores trascendentales de la humanidad”, donde las raíces y el tronco deben ser nuestros, a los cuales injertamos los mejores valores de los demás. En esa forma seremos siempre nosotros mismos y a la vez robustecidos por los abonos y nutrientes procedentes de cualquier parte que fortalezcan nuestros cuerpos, cerebros, tierras e instituciones. (O)

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