Un 6 de febrero, el de 1997, hace 22 años, en horas de la noche, luego de unos días tremendamente complejos, con los ciudadanos protestando en las calles, una paralización de los diversos sectores, un estallido social, debí salir al encuentro con la historia. Luego de la cesación de funciones por parte del Congreso Nacional del Presidente de la República, me tocaba acatar lo que la Constitución ecuatoriana, así como la tradición democrática del país lo prescribían, hacer uso del derecho de sucesión constitucional, que manda que cuando el Presidente, por cualquier razón deja de ejercer su cargo, debe reemplazarlo el vicepresidente de la república, vicepresidenta en mi caso. Y así, asumí la Presidencia de la República.
La decisión estaba avalada por la ley. No cabía hacerle el juego a un congreso que violentaba la ley, a sabiendas de que lo hacía presionado por quien pretendía “pescar a río revuelto”, porque sabía que era la única forma en la que podía hacerse con el poder. Poco imaginaba que la decisión iba a desatar tantas bajas pasiones, la de aquellos que sentían que se les arrebataba la troncha que pretendían usufructuar, la de quienes presumían que una mujer no estaba apta para gobernar, la de los políticos representados en el Congreso, que se sentían incapaces de respetar la Constitución; la de la cúpula judicial, que también aspiraba a detentar un poder que no le correspondía, la de algunos comunicadores aquejados de similar machismo o haciéndole el juego a la partidocracia.
Días y horas amargos que marcaron el futuro del país, que luego se debatió entre la inconstitucionalidad, es decir el ejercicio del poder al margen de la ley y la ruptura del orden democrático, y el auge de la corrupción que tan malos dividendos ha dado. El tiempo pasa rápido e inexorablemente para todos, y tiende a colocar las cosas en su lugar y a hacer caso a lo que los verdaderos designios populares demandan. Me queda siempre la tranquilidad de haber actuado según mi conciencia y, sobre todo, enmarcada en la ley, en la suprema, en la Constitución.
Recuerdo este episodio porque es necesario que las nuevas generaciones sepan lo que ocurrió, y, lo que es más importante, no volvamos a repetir los errores que se cometieron en el pasado, errores que dieron lugar a injusticias y a descalabros. (O)