El deporte más popular del mundo en tiempo de coronavirus parece ser el de contar víctimas y hacer pronósticos de lo que será el futuro, sin terminar de entender que el futuro está aquí. Salvo las ya anunciadas ayudas de la Reserva Federal, el Banco Europeo y todas las entidades monetarias que hablan de miles de billones de dólares o Euros, destinados a paliar la peor crisis desde 1929 (y que para algunos analistas tampoco será suficiente para evitar el estrepitoso desastre que le espera al Sistema), las ideas novedosas para salir del encierro y del horror, parecen una especie en extinción. Nadie le puede echar la culpa, en este rubro, al covid-19.
No se escuchó a un solo líder proponer una salida conjunta y novedosa a los efectos del cataclismo social, financiero y económico que ya atormenta a buena parte de la humanidad. Como si se resistieran a convencerse que todas las variables políticas y todas las escuelas económicas ya quedaron arcaicas (Mr. John Maynard Keynes, muchas gracias por los servicios prestados) y los debates por izquierda o por derecha, van careciendo de sentido. Se esfuman en el encierro de una cuarentena cuasifascista, que fue lo único que les quedaba en las arcas intelectuales a los distintos gobiernos para brindarle a sus sociedades.
¿Y ahora? ¿Cómo salimos de esto? ¿No hay nadie que comience a hablar de un nuevo orden mundial, de un pacto planetario para poner a andar el mundo bajo otra filosofía de desarrollo? ¿O todavía vamos a seguir midiendo el hambre añeja de los pobres y la pauperización nueva de las clases medias bajo los parámetros de la guerra comercial entre China y Estados Unidos?, último acto del alocado derrotero que nos trajo hasta aquí.
En una reciente entrevista en el matutino italiano Corriere de la Sera, el filósofo francés Edgar Morin, y sus 98 lúcidos años, fue contundente: “es necesario favorecer la construcción de una conciencia planetaria bajo su base humanitaria: incentivar la cooperación entre los países con el objetivo principal de hacer crecer los sentimientos de solidaridad y fraternidad entre los pueblos”.
Por ahí podríamos empezar a andar. Abriendo brechas en la doctrina de la cooperación hacia ese nuevo orden que nos salve a todos antes que bucear en viejas recetas que forzaron un agotamiento del planeta que derivó en este confinamiento compulsivo de cuerpos y de ideas. (O)