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El Telégrafo

Confesiones de un cristiano

09 de marzo de 2012

El siguiente artículo no me conseguirá muchos amigos en mi iglesia. Verán, y les cuento esto no a manera de justificación, yo soy cristiano evangélico. Creo en un Dios, (verdaderamente) soberano, perfecto, eterno y justo. No soy afecto a las denominaciones; creo que somos, en definitiva, todos hijos de Dios (aunque lo neguemos o lo aborrezcamos). Es decir, que mi cosmovisión y estilo de vida están marcados por la moral y la ética cristiana.

Dicho esto, hace un par de días leí sobre los avances de la comunidad GLBTI en su lucha por alcanzar el ejercicio efectivo de sus derechos, al firmar un compromiso, a través de la Defensoría del Pueblo, donde, entre otras cosas, tendrían el espacio para replicar las manifestaciones homofóbicas expresadas en un programa de Canal Uno. Y me alegro.

El puritanismo teológico sabrá demostrarme, Biblia en mano, por qué la homosexualidad es una abominación. He leído los versículos del Levítico (donde también dice que por comer cerdo soy impuro). Sé que Pedro dice que Dios es el mismo ayer, hoy y siempre. Y, sin embargo, yo considero a la fe y a nuestra creencia y convicción (no así a la religión) como un ejercicio de introspección. Cuando el Talmud nos enseña a ser el Otro, a tratar al Otro como a uno mismo, no espera que exijamos esa acción del Otro. Juan inicia su evangelio describiendo a Dios como “el Verbo”, y en su epístola declara que Dios es Amor. Además, nos llama a amar.

Cuando escucho comentarios homofóbicos, disfrazados de una religiosidad hipócrita, entiendo que aquello no puede venir de Dios. Para Dios no existe una jerarquización del pecado: quebrantar un mandamiento es como quebrantar toda la ley. Entonces aquellos que consideran la “abominación” de la homosexualidad como un “pecado”, y, además, lo hacen desde el odio, desde la fobia, deben recordar que ellos, también, están pecando.

¿Por qué la comunidad GLBTI está tan “alejada” de Dios? Porque, cada vez que nos acercamos a evangelizarlos, tratamos de “curarlos” a bibliazos. Yo creo que si una persona sabe amar y ama (sea del  género que sea, en el sentido más amplio de “género”) está más cerca de Dios que aquella que sabe condenar y condena (y aparte se sabe la Biblia de cabo a rabo). En fin, podemos morir en nuestro tercermundismo, en la hipócrita curuchupada del odio a lo diferente; o vivir en Dios, en amor. (A estas podemos sumar la larga lista de razones seculares, comenzando por el Artículo 11, numeral 2 de la Constitución de la República)

Mi Dios es un Dios, muchas veces, incomprendido. Es un Dios enigmático. Es un Dios perfecto. ¿Es la Biblia una gran metáfora? No. Lo que creo es que no somos los suficientemente inteligentes para entenderla.

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