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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz - cmurilloruiz@yahoo.es

Conejos

30 de noviembre de 2015

Desde el resultado electoral en Argentina, muchos analistas andan por ahí sacando conejos de sus sombreros. ¿Para qué? Para impresionar a las audiencias que creen hallar en la televisión o en las redes el aviso del efecto dominó en los países gobernados por líderes progresistas.

Hasta las campañas electorales han alterado su dispositivo de faena colectiva -desde abajo-, y hoy usan, hasta el hartazgo, la ubicuidad de lo virtual para llegar a esa enorme generación de jóvenes cuyo único modo de comunicarse es a través de los smartphones. La política agoniza y los partidos o movimientos que antes construían espacios orgánicos para distribuir ideas y posiciones políticas sobre lo que concernía a la vida social compartida, ahora corren el riesgo de ser monigotes del pasado.

¿Cuándo empezó la mutación? Pareciera que hace un quinquenio y que un primer síntoma de esa confusa expiración de la política (al estilo occidental) tuvo que ver con las grandes movilizaciones que empujaron la ‘primavera árabe’. Luego su instinto recaló en España con los indignados que exigieron, puntualmente, no ser tachados como un fenómeno político adscrito a alguna ideología. Porque la política les apestaba y el sello de la democracia europea les resultaba una farsa.

Acá, en el barrio latinoamericano, durante ese quinquenio se vivió la consolidación de diversos procesos progresistas y la política, mediatizada al máximo, preservó en sus gobiernos la misión de transformar los Estados y sus sociedades.

Mientras, a mitad de la segunda década del siglo XXI, la derecha, embarrada del dogma del capital, pero vaciada urgentemente de su lenguaje duro mercantilista, vuelve a la escena para vaciar de política su lucha por el control del Estado y la economía, y ablandar las imágenes de sus nuevos dirigentes.

He ahí el caso de Mauricio Macri. El simulacro se inició hace varios años; pero solo rindió frutos cuando se lo aplicó a la estructura de su campaña electoral presidencial. Prohibido hablar de ideología, partido, alianzas políticas, modelo económico (aunque hubiera todo eso tras bastidores). Había que remachar sobre el futuro, la esperanza, la seguridad, la moral. Había que contraponer al discurso y acción kirchnerista una idea no polarizadora: el cambio; sin adjetivos, sin credo, sin contradicción. ¿Cómo? Sin partido (clásico) y con miles de adherentes enganchados de las redes sociales. No era raro que un día Macri fuera comer a la casa de un activista virtual contactado previamente. Entonces se pulía el ardid: el activista por fin se sentía útil, reconocido, identificado, identificable, y los otros de su distrito virtual empezaron a soñar con la inopinada identidad macrista. Las redes fueron colonizadas por el macrismo y su ímpetu superó la vieja tienda de campaña electoral. La operación surtió efecto y una masa inasible, sin noción de lo político, pero ávida de traspasar la frontera virtual, hizo el trabajo sucio de los estrategas.

Pero, ¿no hay política en Macri? Por supuesto que sí y lo vimos al siguiente día de su elección. El rancio liberalismo ya salió de su boca para repudiar todo lo que huela a pueblo y corrientes de izquierda. (O)

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