Ecuador atraviesa la crisis más grave de seguridad que se recuerda en el país, fruto de la incursión de los carteles mexicanos. En ese escenario, los compatriotas se aprestan a retornar a las urnas el 20 de agosto, con posibilidad de segunda vuelta el 15 de octubre, dentro del proceso electoral para binomios presidenciales y asambleístas, como consecuencia de la figura constitucional de Muerte Cruzada, aplicada por el presidente Guillermo Lasso.
El conocer bajo qué premisas un ciudadano toma la decisión de sufragar por uno u otro candidato es un enigma, aunque según varios autores, desde el enfoque sociológico, se pueden distinguir tres vertientes que ponen distintos énfasis para explicar el comportamiento electoral: los contextos sociales, el modelo de influencia espacial y la teoría de las redes sociales.
En la práctica, la información sobre los programas y sus posibles repercusiones, la competencia de los candidatos y la sinceridad de sus intenciones, excede a la que puede reunir y analizar cualquier elector común; los electores pudieran utilizar los atajos informacionales: identidad partidaria o ideología.
A breves rasgos, si se analizan los resultados del proceso electoral vivido por los ecuatorianos el 5 de febrero de este año, parecería que los electores decidieron su voto calculando los beneficios que pueden obtener de un gobierno seccional o municipal, de uno u otro partido. Las elecciones seccionales dejaron un saldo positivo para Revolución Ciudadana, que se llevó prefecturas y alcaldías de las capitales del país. Pésimo resultado para el oficialismo.
Al poner en contexto la situación política ecuatoriana, hay que resaltar la polarización que despierta el correísmo. La vida política, desde 2007, ha girado alrededor del respaldo/oposición a la figura de Rafael Correa. Varios analistas políticos explican que el ‘correísmo’ ha logrado mantener entre el 20% y 30% del voto duro a nivel nacional desde su constitución» (Apolo, 2023), reflejando que los resultados serían producto de un comportamiento común del electorado y no de algún evento inesperado.
Surge la inquietud del porqué los sectores contrarios no se quedaron con el 70% restante. Inquietud que lleva a responder la no existencia de un elemento identitario para este segmento del electorado, más allá del rechazo al expresidente. Es deseo del ciudadano, el construir una agenda conjunta donde no se presenten conflictos y debe ser el desafío para el proceso por venir.
Hay ciertos visos que alimentan la esperanza: uno renuncia a sus aspiraciones para apoyar a otro, aparece un candidato conciliador, al sugerir dialogar y consultar con los movimientos que le apoyan. Izquierda Democrática, Creando Oportunidades y Pachacutik, no pondrán candidatos presidenciales. En el discurso, el diálogo-pieza clave de la vida- parece ser el camino apropiado para evitar fragmentación. ¡En la práctica, queremos verlos!
Hay que ignorar a aquellos que se postulan para no ganar, sino para hacer daño; cometen una gran equivocación o hacen un juego sucio a obscuros intereses. Como se pintan las cosas, hubiese sido más fácil para los ecuatorianos no empujar la caída de Guillermo Lasso y evitar la llegada de fuerzas que quieren terminar con lo poco que queda de institucionalidad en el Ecuador. La improvisación no debe ser una carta de presentación o ¿Queremos ser parte de una locura totalitaria?
Los candidatos seguramente darán seguimiento a la composición social de ambientes determinados, que pueden tener características diferentes que influyen en la determinación y definición de votar o no por cierto candidato. Será distinta la definición de una preferencia de voto si un individuo vive en una zona petrolera/minera, que si vive en una zona residencial de carácter urbana.
La idea de cohesión social, también importante en un proceso electoral, fue trabajada por Burt (1987) y retrata la influencia social en la política cuando la gente se tiene alta consideración personal, en dónde los ciudadanos son más propensos a influir unos sobre otros, si reconoce la existencia de intereses compartidos y comunes. Una de las críticas a este modelo es que pasa por alto importantes consecuencias que derivan de la comunicación social y de la información política a través de los límites de los grupos sociales.
Sobre esa base los electores construyeron vínculos de identificación con un componente valorativo y otro afectivo: la decisión de votar, cuando los beneficios que esperan de ese voto son remotos y se explica en buena medida por la carga expresiva que conlleva el hecho de votar- por ejemplo- al hacerlo por un partido con el que el elector se siente identificado.
En el actual contexto donde las diferenciaciones ideológicas se tornan difusas ante el aparecimientos de varios candidatos de la misma tendencia-izquierda, derecha, o centro- y el bombardeo comunicacional en ocasiones, más que clarificar, vuelve confusos los mensajes políticos; el voto no se puede definir completamente por una cuestión de razonamiento previo, sino también por el trabajo en redes que realizaron los movimientos o partidos políticos a través de sus vínculos con agentes claves y de éstos con sus comunidades. Lo hizo ya un ‘’outsider’’, que hoy cobijado de un nuevo movimiento político, aspira repetir la dosis de su candidatura a la presidencia de la República.
Independiente de los avances que ha hecho la teoría de la elección racional en términos de explicar el comportamiento del voto, surge la pregunta de si las evaluaciones retrospectivas sobre un proceso de elecciones ‘’express’’; la cercanía de temas y definiciones de perfiles se razonan cada vez que existe una elección local o si sirven solamente para definir el voto en una única elección de carácter nacional.