Ala iglesia no le es fácil zafarse del Gran Cisma, o sea de tener dos representantes terrenales de Dios, uno en Roma y otro en Aviñón. Imagínense el galimatías ecuménico: durante cuarenta años un papa nombra cardenales de su entorno, emite excomuniones y bulas, que se contradicen con lo que decreta el otro. Y todos los reinos europeos sin saber a quién obedecer espiritualmente: unos teólogos con Santo Tomás y otros abandonados a la bartola. Esto se debía resolver a como diera lugar.
Hubo varios concilios fallidos antes del de Constanza, en uno de ellos se declara herejes a ambos papas y se elige a Baldassare Cossa, o sea a Juan XXIII. Pero el remedio resulta peor que la enfermedad, pues el papa electo tiene antecedentes de corsario y no goza de buen predicamento ante nadie, por lo que los pontífices depuestos lo desconocen y el galimatías se triplica, y ahora hay tres papas.
Con este embrollo como preámbulo, el emperador Segismundo y Juan XXIII convocan al concilio de Constanza, que depone al papa, lo declara antipapa y en 1417 nombra sucesor a Martín V. Este concilio, a pesar de concederle salvoconducto, condena a morir en la hoguera a Juan Hus, un discípulo del reformador Wycliff, cuyos huesos se desentierran y se queman junto a sus escritos, por haber sostenido en vida que el papa era el anticristo. El martirio de Hus da inicio a la rebelión de los husitas, que es la mecha de la Guerra de los Treinta Años, la más atroz de la historia.
Tantos cátaros, templarios, husitas, brujas, herejes y libres pensadores quemados vivos trae cola sulfurosa. Sus inocentes espíritus claman por justicia y cien años después del Concilio de Constanza la maldición del último maestre del Temple resucita y actúa sobre la iglesia, que se divide definitivamente al nacer en Alemania el protestantismo, luego de clavar Lutero en la puerta de la iglesia de Wittenberg, en 1517, sus 95 tesis.
Si bien la razón de este movimiento es religiosa, pues se opone a la pretensión del papa de ser el representante de Dios, también es cierto que detrás de este escudo está el interés económico de los reformadores, a los que disgusta que no les quede un ápice de los ingentes recursos generados por la venta de indulgencias, patraña creada para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro. Pero nada es perfecto en la viña del Señor y con la idea antojadiza de que cualquier perico de los palotes puede predicar luego de leer la Biblia, nacen los más de cinco mil credos protestantes que se desperdigan por todos los rincones del planeta.