Cuando en reuniones importantes se disponen sillas para invitados, las sillas suelen estar cubiertas con una tela que cubre las patas. La costumbre proviene de una época en la que todo era pecado: decían que las sillas con las patas separadas y al descubierto desencadenaban pensamientos inconfesables. Entonces se procedió a cubrirlas, y hasta hoy se mantiene la costumbre.
Y como la moral rechazaba que las mujeres tuvieran genitales, en los parques públicos solo existían servicios sanitarios para hombres. ¿Y, cómo lo hacían? Llevaban un libro en la mano, asumían una actitud nostálgica y meditabunda de pie, junto a un árbol alejado, y aprovechando los vestidos extraordinariamente amplios, aliviaban sus penas.
Esto y mucho más sucedía en Inglaterra, en la época victoriana, marcada por una moral tan hipócrita como severa. Y en esa época nació un hombre llamado Augustus Hare que fue adoptado por su tía, dedicada a la rigurosa educación del pequeño. Su familia había alimentado, durante siglos, a la iglesia británica de obispos y otras dignidades.
La tía escribió en su diario: “Augustus ha cumplido 18 meses y lo he hecho obediente: ya me entrega sus juguetes, sin llorar.” Tiempo después, en el mismo diario anotaba: “Hoy, al cumplir los cuatro años le he enseñado las palabras de San Pablo: la vida es demasiado corta para desperdiciarla en distracciones infantiles. Le destruí todos sus juguetes.”
Le había prohibido amistad con los hijos de las empleadas domésticas. Y un día, otro niño, en un encuentro casi accidental, le regaló un confite de menta. Cuando la tía lo descubrió, ella misma escribió lo siguiente: “Le lavé la boca durante horas, y se la raspé con una cuchara. Después lo sometí dos días a una purga de ruibarbo y soda. Mañana llamaré a su tío para que le aplique un castigo corporal.”
La esposa de aquel tío, también con muchos religiosos en su linaje, un día descubrió que el niño amaba a su gato. “Préstamelo por un momento”, le dijo, y enseguida lo ahorcó en su presencia. “Un buen cristiano debe acostumbrarse al dolor. Esa es una de nuestras virtudes.” Así lo relató la misma tía en su diario personal.
Con el paso de los años, y aunque hoy no es muy conocido, Augustus Hare se hizo un famoso escritor, con libros de viajes y relatos. Y relató algunas memorias en las cuales confirmaba, sin mayores comentarios, los registros del diario de sus tías.
En ajedrez, la diferencia es que, al final, no hay dudas sobre lo correcto.