Hace algún tiempo he querido dedicar tiempo y espacio en relación a aquellas personas que, siendo iguales a usted y a mí, es decir: seres humanos, optaron por abrazar el Sacerdocio Católico, alejándose de la vida matrimonial o la vida como soltero. No me referiré a una determinada persona o grupo de personas, en particular. Sí, lo haré sobre ciertas actitudes que representan al menos contradicción, entre lo que ‘se es’ y lo que ‘se demuestra que es’.
Prácticamente un minúsculo grupo de personas nos hemos atrevido a expresar lo que hemos conocido al respecto, tal vez por valentía; o, debido a vencer un excesivo respeto que tiene tinte de autocensura, que produce tolerancia absoluta y que perpetúa ese erróneo consuelo de que “él es así, con su forma”; o, inclusive quizá porque lo hemos experimentado; constituyendo lo último (si no se recibe acompañamiento psicológico) parte de los episodios dolorosos que una persona puede vivir, que provocan escándalo y que pueden desencadenar decepción y alejamiento de la Iglesia Católica, en algunos casos temporal y en otros casos de forma definitiva.
Oveja: ese fue el sustantivo que utilizó el Papa Francisco hace cerca de 10 años, como parte de su homilía, casualmente en tiempo de cuaresma, específicamente en una Eucaristía denominada ‘Misa Crismal’; donde la celebración está presidida por el Obispo y básicamente celebrada por los sacerdotes que conforman una puntual diócesis.
Parafraseando, el Obispo de Roma solicitó a los sacerdotes que tengan olor a oveja (metáfora que muestra a una persona que está sumamente involucrada con su oficio, al punto que es una oveja más; en buen romance: en el cuidado, seguimiento y acompañamiento de personas, de almas), que su sonrisa sea de un ‘padre’ y que eviten tener su rostro de vinagre (haciendo alusión a mostrar un rostro lleno de amargura, que emana antipatía o simbolizando ‘que la mayor parte de personas les caé mal’).
En ese sentido: ¿Conoce usted a algún sacerdote que pueda describirlo de esa manera? Veamos sí amplío la magnitud de la pregunta: ¿Puede usted afirmar que todos, o casi todos, o la mayoría de sacerdotes tienen olor a oveja? Es más: ¿Conoce usted a algún obispo que se caracterice por tener ‘olor a oveja’? En mi caso: no; no; y no. Aunque hay lugar a la salvedad de ley: bendito Dios, deben haber sacerdotes y obispos con olor a oveja, pero posiblemente constituyan un ‘puñado’, cuantitativamente hablando, y sin exagerar. De paso, debo decir que no he tenido la gracia divina de conocerlos.
Y es que a partir de lo sucedido con la pandemia de la COVID-19 se observó con más claridad que la atención que viene prestando la Iglesia Católica a sus feligreses ha ido decayendo paulatinamente. Tan solo pensemos un poco en varias preguntas, para ilustrar: ¿Usted encuentra en la Iglesia donde concurre, o en las que haya ido por algún motivo (por ejemplo para la celebración de algún sacramento, como el bautismo), al sacerdote disponible? ¿Ha recibido atención? ¿Casi siempre le dicen en la secretaría del despacho parroquial: “no está ahora”, o, “está ocupado”? ¿Al acudir usted a la Iglesia, la siente cercana, con espíritu de caridad y de amor, de acogimiento y dispuesta a escucharla(o) y a integrarla(o); o más bien la encuentra con todo “muy arreglado” (que está bien) pero fría, distante y elitista, precisamente porque el sacerdote encargado se caracteriza por tener ese comportamiento? O ¿Conoce a algún sacerdote que se muestre “muy allegado” a ciertas personas que él dice son sus amigos (y que conoció en la parroquia que estuvo antes; o que son sus amigos porque tienen algo de influencia), pero “nada allegado” con quien asiste a la Iglesia y haya cometido el pecado de no ser amigo(a)?
Y, sigamos con las preguntas: ¿Usted encuentra al sacerdote cuándo lo busca para que asista a algún paciente que está enfermo y necesita auxilios espirituales? ¿Está disponible? O, también, cuando ha solicitado el sacramento de la penitencia: ¿Se convierte el episodio en una tortura, donde el sacerdote realiza esfuerzos por restregarle en el rostro las fechorías que usted ha decidido sacar de su vida, e inclusive llega el momento a ser tan incómodo que el Sacerdote llega a tratar de mirarle y gritarle, para avergonzarlo(a)?
Seguimos: Si usted presenta limitaciones económicas, pero anhela que alguno de sus seres queridos sea bautizado, o que el buen Dios le bendiga en santo matrimonio, y hace conocer a la Iglesia (en específico al sacerdote, si tiene suerte de que le atienda a usted en consulta, ya que, por lo general, es la secretaria del despacho parroquial quien aborda estos casos) que su situación socioeconómica no le permite cubrir el valor que se ha estipulado como ‘ofrenda voluntaria’, pero que aún así es su anhelo que se le administre el sacramento, ¿Recibe atención? O, ¿Se le indica: “Esos son los valores. Pero hay otras Iglesias”?
En el caso de los obispos: ¿Encuentra usted a los obispos accesibles? ¿Ha visto obispos que asisten con regularidad a las Iglesias para administrar sacramentos? ¿Ha encontrado obispos que sorpresivamente llegan a las Iglesias para conversar con la gente y conocer cómo están y si hay novedades? ¿Ha visto usted a obispos que brinden oídos a la gente, y no exclusivamente a los sacerdotes? ¿Conoce usted obispos que atienden a las personas en sus oficinas? ¿Sabe usted de obispos que reciban con cariño y caridad a quienes los buscan por algún motivo, o por el contrario, reciben a las y los necesitados con malos tratos, incluso con agresiones, y hasta buscando que la persona no olvide que “es menos” que él? ¿Conoce usted obispos que reciben con afecto a uno que otro Seminarista (persona que se está formando para ser ordenado), o, por el contrario, los “saludan” con una cachetada o un halón de orejas?
Y continúo: ¿Conoce usted a obispos que acojan a sacerdotes cuando están enfermos, cuando atraviesan situaciones emocionales complicadas, o simplemente dificultades? ¿Cree usted que hay obispos que olvidan lo que son cuando tratan con sacerdotes y con la gente, para así eliminar esas barreras creadas por el ego y la vanidad?
Hay quienes damos ese paso necesario para pensar en estos cuestionamientos, que los escuchamos en las bancas de las Iglesias, con sus circunstancias. Incluso sacerdotes y hasta obispos deciden usar su voz y compartir lo que piensan, abiertamente (en las homilías). ¡Pero si el propio Papa Francisco lo ha traído a colación, a modo de recomendación de cuál debería ser la conducta conforme el Evangelio: un pastor con olor a oveja! Y si lo hizo, es por algo.
Cuando estaba dando vida a estas líneas recordaba con nostalgia lo que era la atención en la Iglesia Católica hace varios años atrás, vista en la mayoría de las iglesias: usted siempre encontraba al sacerdote en dos lugares. Y era una regla: o en el Despacho parroquial (con menos frecuencia) o en el Confesionario (con más frecuencia). El trato era similar al de dos amigos que se conocían de hace mucho tiempo (aún cuando si usted era frecuente en su visita, o si simplemente era la primera vez que acudía). Siempre encontraba el consejo oportuno. No podía faltar el regaño necesario. Pero el respeto y la caridad, en medio del rigor, constituían el ambiente y la interacción de dos personas humanas, iguales pero con roles distintos: el Sacerdote y la persona Penitente.
Es más, antes o después de misa, personas que deseaban confesarse formaban columna y eran atendidas, aunque eso implique que el sacerdote se quede el tiempo que sea necesario para atenderlos, a todos. Yendo más allá: Iglesias donde los Confesionarios estaban disponibles, aunque no iban muchos penitentes, al punto de que era común encontrar dos Confesionarios en atención, con sacerdotes que se rotaban, y bajo las dos modalidades: si deseaban ser vistos los penitentes, o si no deseaban ser vistos los penitentes. Todo el día. Sí, todo el día.
Si usted tenía pocos recursos económicos disponibles para la famosa y mal llamada ‘ofrenda voluntaria’, no era un impedimento. Una vez que usted compartía su situación socioeconómica, el sacerdote hacía su trabajo y se ofendía si usted insistía en que acepte lo que dictaba su corazón como colaboración. El “vaya a otra Iglesia”, creo yo, lo consideraban un pecado grave.
Y con los obispos. ¡Todo era distinto! Usted tenía al obispo cada día celebrando Misa. Si se necesitaba hablar con él por alguna razón, era posible. Tan solo bastaba con esperar antes o después del rito eucarístico. Las barreras eran inexistentes. La apertura y cercanía cobraban vida en todo momento. Había espacio para la escucha, y usted, en lo posterior, era testigo de los cambios que se habían requerido, claro está con razón.
Tanto los sacerdotes y obispos: el rostro emanaba alegría e invitaba a acercarse y encontrar consuelo ante las dificultades. Ese olor a oveja convencía a la persona que más vacilaba.
En lo que a mí respecta, en la actualidad no me atrevo a afirmar que la atención sea igual a lo que presencié y experimenté años atrás. Por el contrario. Todo ha cambiado, y lamentablemente en retroceso. Administraciones en Iglesias donde usted observa que los ventiladores no funcionan, o que por el polvo acumulado están de color gris, en vez de estar de color plateado; se opta por gastar en cosas innecesarias como en un nuevo podium, o en contratar personal en exceso para que “esté de pie en la puerta dándole a usted la bienvenida, y circule al interior, aunque el rostro de aquellas personas sea ‘como si hubiese tomado vinagre’; o en acciones absurdas como por ejemplo el no abrir todas las puertas cuando las personas asisten, por supuesto temor a la COVID-19, aunque el sacerdote no use mascarilla todo el tiempo, el personal (Sacristanes) tampoco usen mascarilla, y en el interior ‘esté caliente’ ya que los ventiladores no abastecen.
Aunque debo decir, con exactitud, que sí tuve la gracia de ver y palpar esa atención que hoy está descuidada (aunque estoy tentado a decir perdida). La observé cuando fue prestada por sacerdotes que hoy se nos han adelantado en este peregrinar terrenal. La viví cuando, creo yo, la prioridad desde los tomadores de decisiones era: el acompañamiento y la atención al pueblo es primero y debe ser como la que ustedes (sacerdotes y obispos) quisieran que les presten, como la que Cristo (que es Dios y nos ama) nos prestaría. Una atención entre iguales, cercana, de amor.
Culmino tan solo trayendo a esta óptica lo que leí hace varios años y que se realizaba en otros países, como en Colombia y en EE.UU.: Sacerdotes (no uno, sino varios) en lugares públicos, como parques y centros comerciales, presentes más de ocho horas. ¿Descansando? ¿Aburridos? ¿Castigados? ¡Para nada! Estaban ahí mucho tiempo para atender a quienes, por las razones que ya he comentado, o se “enfrían”, o se alejan de la Iglesia Católica, y por negativas y tóxicas experiencias con uno que otro Sacerdote. Retomando lo dicho: sacerdotes en lugares públicos para confesar, para brindar atención espiritual, para asistir a quien lo necesite, para dejar temporalmente sus lugares si hay alguna persona con estado delicado de salud que necesite auxilios espirituales. Y, con obispos comprometidos, tanto en el financiamiento para el sostenimiento del lugar y de la alimentación y de los Sacerdotes, como también para involucrarse en el servicio. Es decir, confiesan y hablan con el pueblo sin miedo a que por ello ‘sean menos 0bispos’.
¿Un sueño? ¿Una utopía? ¿Quién necesita de sacerdotes disponibles para conducir su alma? Bueno, yo (y muchas otras personas) alzamos la mano. Ese olor a oveja que pide el Papa Francisco, y que es posible que el buen Dios llore porque no lo observa, es lo que necesitamos todos para ser mejores seres humanos. ¿No es necesario? Bueno: vea usted lo que hay: guerra en el mundo.