La movilidad humana no es una estadística. Si la migración tan solo fuese un dato, desde la mirada del equilibrio macroeconómico bastaría saber que, entre 2001 y 2010, las remesas enviadas desde sus lejanos destinos por los emigrantes ecuatorianos alcanzaron los $22.415,6 millones, según el Banco Central.
Estas cifras no nos dicen nada de las experiencias de vida detrás de ellos. Y esto está bien explicado en el libro “Con o sin pasaporte”, de Jacques Ramírez, publicado en días recientes. Tampoco nos dicen nada de la desestructuración de familias en todo el país. De los pueblos fantasma. Del sufrimiento y de la discriminación de nuestros compatriotas, obligados a expatriarse. El terremoto en Lorca, España, nos muestra, una vez más, la dura realidad de la migración ecuatoriana.
Las remesas de los migrantes triplican a toda la inversión extranjera directa ($7.750,2 millones) recibida en el período 2001-2010. Esta es una de las paradojas y contradicciones de la globalización. La globalización auspicia la libre movilidad de bienes, servicios y capitales, mas no de personas. En pleno siglo XXI, las mercancías y los capitales no encuentran fronteras, mientras que se levantan muros –en algunos casos incluso físicos, como el de la frontera entre México y Estados Unidos– para restringir la movilidad de la gente. Incluso las leyes, que deben encarnar la igualdad y la justicia, se deforman, como sucedió en Arizona, en abril de 2010, en donde se aprobó una ley discriminatoria en contra de los inmigrantes.
No existen seres humanos “ilegales”, lo que existen son prácticas ilegítimas e inmorales de exclusión y explotación. La globalización del capital es un fenómeno que agudiza la desigualdad mientras haya personas consideradas ilegales, y mientras los derechos humanos sean valores asignados, según el lugar de procedencia de las personas.
En este ámbito también están los tratados de libre comercio, en la medida que priorizan la liberación mutua del comercio de bienes y de servicios, como si los países contratantes en esos acuerdos fuesen iguales, estuviesen en condiciones simétricas, no existiesen empresas transnacionales ni penalizaciones de todo tipo a la libre circulación de personas.
Lo anterior nos lleva a un campo distinto al demográfico o económico. Nos lleva al campo de la política. La situación de nuestros migrantes y el cumplimiento de principios como el de la libre movilidad humana son determinantes en el mundo actual; en particular, para nuestra relación con España, Estados Unidos e Italia, en donde viven muchos ecuatorianos. Más aún cuando, en pleno siglo XXI, en la “Europa de las luces” y en los EE.UU., cada vez se colocan mayores restricciones a la movilidad de las personas mediante leyes inhumanas y discriminatorias.