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El Telégrafo

Con la nueva ley, ¿ni tetas ni muñecas?

03 de junio de 2011

Una ciudadana llama por teléfono a la radio pública y dice: “Todos los programas de narcotraficantes y sicarios deberían ser regularizados”.  Quiso decir, deberían ser analizados por el Consejo de Regulación de Comunicación que, según mandato popular, deberá ser parte de la nueva Ley de Comunicación.   Tiene razón la señora.

La avalancha de programas y, sobre todo, telenovelas, como El cartel de los sapos, El capo, La viuda de la mafia, Rosario Tijeras, Las muñecas de la mafia, Sin tetas no hay paraíso, etc. tienen como líneas argumentales a la prostitución, el sicariato, el robo, los asesinatos, el dinero fácil, el tráfico de drogas.  Todas estas series tienen a  bellas y voluptuosas mujeres dispuestas a lo que sea para obtener dinero y poder a través del capo de turno. 

Además, una gran producción e historias atractivas garantizan máximos niveles de audiencia.

Así, mientras en los programas informativos de las mañanas, presentadoras y periodistas denuncian, en tono enérgico, la “escalada de violencia”, los “niveles de inseguridad” y el “crecimiento del sicariato que se vive en el Ecuador”, en esos mismos canales, en la noche, en horarios familiares, se promueven estas series de violencia, corrupción y sicariato. Los altos ratings lo justifican todo.  La recién estrenada serie de Ecuavisa, La reina del sur, por ejemplo, se inicia con la protagonista (Kate del Castillo) desnuda y fumando marihuana. Las escenas en las que alguien aparece fumando, apenas tabaco, muchas legislaciones del mundo ya las prohíben. 

Frente a la gran cantidad de críticas que caen sobre estas series, el escritor Jorge Franco (autor de Rosario Tijeras) sostiene que “No es un deber de la literatura, ni del cine, ni de la televisión, que cuenta historias, enaltecer los valores nacionales. Para eso está el himno nacional”.

No vamos a discutir ahora si estas series son o no escuelas del crimen y apologías del delito, sino la necesidad de contar con un Consejo Regulador que pueda normar la emisión de este tipo de programas y series de televisión y evitar así que durante todo el día, en horarios juveniles y familiares,  se “bombardee” a los televidentes con cuñas de expectativa, en las que se promocionan las más “audaces” escenas.

No se trata de prohibir o censurar (por principio, me opondré a toda forma de prohibición) sino de regular, de marcar límites, de normar, de tal manera que se garanticen los derechos ciudadanos, el libre acceso a la información y expresión, y, sobre todo,  la convivencia en una  sociedad en la que debe prevalecer el bien común.

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