Me llegó esta expresión al salir de la visita a la Capilla del Hombre en Quito, ese museo excepcional del sufrimiento y de la esperanza de la humanidad que construyó y llenó de pinturas grandiosas el gran pintor ecuatoriano Osvaldo Guayasamín. Él mismo definió así sus pinturas “Mi arte es una forma de oración, al mismo tiempo que de grito y la más alta consecuencia del amor”.
Los cuadros expresan una inmensa compasión, es decir, una descripción impactante de los sufrimientos del pueblo de los pobres, los indígenas, los negros, las mujeres del Ecuador y de América Latina. “De pueblo en pueblo fui testigo de la inmensa miseria… inmensa soledad sin tiempo, sin dioses, sin sol, sin maíz”. Al mirar estos rostros desfigurados por la explotación, estas manos torcidas por la miseria y estos cuerpos torturados hasta la muerte, uno no puede quedarse indiferente al dolor secular y multitudinario de todo un continente. Por los colores fuertes y llamativos, uno se siente llamado a sentirlo y compartirlo en carne propia.
Los cuadros expresan también la rebeldía: son la representación de gritos ajenos y la expresión de la rebeldía del pintor frente a tanta inhumanidad y destrucción… que lastimosamente continúa hoy. Uno se siente llamado a “ser la voz de los sin voz” hasta que puedan alzarse y alzar su propia voz. Los indígenas, gracias en particular a monseñor Leonidas Proaño, se han levantado dignos y rebeldes y pasan a ser los heraldos y protagonistas de una nueva propuesta de civilización más comunitaria, más fraterna y más respetuosa de la naturaleza. Los negros se organizan para aportar su originalidad cultural. Las mujeres nos restituyen el lado femenino de nuestra naturaleza violenta, machista, individualista y materialista.
Este museo, bien nombrado “Capilla del Hombre”, nos transporta, a los cristianos, al comienzo de nuestra religión cuando Moisés escuchó la voz de Dios, reseñada en el libro del Éxodo: “He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, he escuchado sus gritos, conozco sus sufrimientos: estoy bajando para sacarlos del poder de los egipcios… Ve, pues, te envío para que saques de Egipto a mi pueblo”.
En esta Capilla del Hombre descubrí que era también “Capilla de Dios”, el Dios del Éxodo, que grita su dolor y rebeldía para revelarnos en estos rostros desgarrados su propio rostro atropellado y enviarnos para que las voces acalladas y los cuerpos maltratados de hoy se alcen fuertes, dignos y constructores de una nueva humanidad.