Tenemos desacuerdos en muchas cosas, pero coincidimos en que estamos experimentando un derrumbe de época, un cambio hondo y sísmico de la cultura, entendida como conjunto de nociones que han servido para definir el mundo y en consecuencia han conducido nuestras acciones y relaciones. A diferencia de otros procesos de cambios de época, el tránsito actual no está guiado por una nueva utopía o ilusión, simplemente se ha llegado a un abismo, carente de caminos y sentidos.
Nicolás Casullo es uno de los pensadores más claros a la hora de explicar cómo y por qué nuestro tiempo se desgajó, para dar paso a algo absolutamente incierto. La Modernidad nos dotó durante varios siglos de un fondo de valores éticos, referentes, paradigmas y utopías. Nos convenció de nuestra capacidad para conocer la realidad mediante la razón, descubrir la verdad y optar por alternativas ideológicas, todas las cuales proponían conducirnos al progreso y al futuro, fueren por la vía del liberalismo o el socialismo.
La destrucción de la Modernidad, es decir, del sentido que ha guiado nuestras ideas y sensaciones, es producto de ella misma: en su ejercicio continuo de razonar críticamente para avanzar al fondo con el propósito de encontrar la verdad de las cosas, terminó por destruir sus propios referentes, dejando un vacío y entronando al nihilismo, con su falta de fe y valor de todo. La Modernidad, una cultura hegemónica parida en Occidente, constituyó esa búsqueda constante del sentido mediante el ejercicio de la razón como camino hacia lo cierto, universal y definitivo. Hoy, aquí o allá, destruida la Modernidad y su racionalismo, nos enrostramos ante una “invisibilidad del mundo”, un “agotamiento” absoluto de valores y reglas de conducta.
El horizonte se ha desvanecido, nada es “verdad”, el futuro ya no es el porvenir, la razón ha sido devorada por la emoción; el gigantismo o globalización ha consumado el “olvido de lo humano” como escala de comprensión, interrelación y medida de todas las cosas. En el vacío, como desecho, queda una nueva escritura que barre con la filosofía y la diversidad de expresión, producto de un poder teletecnológico fantasmal, capaz de proyectar la apariencia de realidad. En medio de una creciente violencia arcaica se vuelve difícil la reformulación de todo para crear nuevas brújulas. Después de siglos, según Casullo, hemos llegado al “principio”.