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El Telégrafo

Como infantes

21 de febrero de 2012

No perder nunca de vista la partida, el sitio de inicio es muy importante para reconocer el viaje. Ahora que ha sido confirmada la sentencia en contra del diario El Universo, vale la pena recordar que todo empezó con una locura: la que padecía Emilio Palacio que quedó tocado, gravemente tocado, con el incidente en la gobernación del Guayas, cuando desde ahí se organizó esa suerte de conversatorio que el Presidente mantuvo con ciertos periodistas y que precedieron a los enlaces de los sábados.

Ahí la cuestión se desbordó, y Palacio con Carlos Jijón juraron oposición eterna contra Correa (no desde la militancia en partido político alguno, sino desde sus espacios periodísticos), que había hecho corear a una buena cantidad de estudiantes el sitio a donde Palacio y Jijón debían ir a parar.

Mala nota la cuestión, porque respondía a un escenario mal diseñado, era Mónica Chuji, la secretaria de Comunicación de ese entonces, en donde los supuestos comunicadores, supuestamente imparciales, supuestamente animados por la necesidad de informar, estaban a tan poca distancia del Mandatario que podían blandir sus dedos frente al rostro, en las narices del Presidente.

Pero, después de todo, ahí también quedó marcada la cancha: Rafael Correa mandaba, por enésima vez, el mensaje de que no negociaría con los medios.

Los medios, la mayoría de ellos, los considerados más poderosos, los que están en manos de ciertas familias, no aceptaron nunca esta realidad distinta. Creyeron que era cuestión de tiempo, como en el pasado, cuando una llamada telefónica bastaba para poner “orden” en las inconsultas, inconvenientes decisiones presidenciales.

Debieron pasar más de cuatro años, tiempo en el que esos medios han hecho de las suyas, distorsionando con la lente de sus pequeñitos intereses la historia de este país.

En estos años ha sido descarada la posición mediática y ya no pueden vendernos la idea de que hablan desde un sitio neutro, imparcial: ellos han estado parados sobre un mundo de negocios, montañas de dólares, y cualquiera que amenace su enorme renta es, lógicamente, el enemigo, el rival que debe ser abatido.

Y hemos llegado a esta ratificación que confirma que hubo injuria, los demás ahora resulta accesorio, pero con eso nos cargarán, querrán ahogarnos con sus condenas internas y externas.

Habrá que mantener la moral muy alta, paradoja de estos tiempos, porque no ha sido derrota, ha sido, más bien, un desenlace dulce por lo amargo, oxímoron que se pudo evitar  si la cordura, y no la arrogancia, daba paso a la disculpa. Mucho quizá para ese infantil poder superado, hasta aquí, por la historia.

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