La semana pasada hemos tratado del reto de alimentar a siete mil millones de personas. El incremento de la población mundial va a un ritmo creciente: en 1802 éramos mil millones; en 1927, 2 mil millones; en 1961, 3 mil millones; en 1974, 4 mil millones; en 1987, 5 mil millones; en 1999, 6 mil millones, y finalmente en 2011, 7 mil millones. En 2025, si no ocurre el calentamiento abrupto, seremos 8 mil millones, en 2050, 9 mil millones; y en el año 2070, 10 mil millones. Hay biólogos, como Lynn Margulis y Enzo Tiezzi, que ven en esta aceleración una señal del fin de la especie, a semejanza de las bacterias cuando se colocan en un recipiente cerrado (cápsula Petri). Presintiendo el fin de los nutrientes se multiplican exponencialmente y entonces, súbitamente, todas mueren. ¿Sería la última floración del melocotón antes de morir?
Independientemente de esta amenazadora cuestión, tenemos un desafío estimulante: ¿cómo gobernar 7 mil millones de personas? Es el tema de la gobernanza global, es decir, un centro multipolar con la función de coordinar democráticamente la coexistencia de los seres humanos en la misma patria y casa común. Esta configuración es una exigencia de la globalización, pues esta implica el entretejido de todos con todo de dentro de un mismo y único espacio vital. Antes o después va a surgir una gobernanza global, pues es una urgencia inaplazable para afrontar los problemas globales y garantizar la sostenibilidad de la Tierra.
La idea en sí no es nueva. Como pensamiento estaba ya presente en Erasmo y en Kant, pero adquirió sus primeros contornos reales con la Liga de las Naciones tras la Primera Guerra mundial, y definitivamente después de la Segunda Guerra Mundial con la ONU. Esta no funciona por causa del veto antidemocrático de algunos países que hacen inviable cualquier iniciativa global contraria a sus intereses. Organismos como el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio (GATT), de la Salud, del Trabajo, de las Tarifas y la Unesco expresan la presencia de cierta gobernanza global.
En la actualidad, el agravamiento de problemas sistémicos como el calentamiento global, la escasez de agua potable, la mala distribución de los alimentos, la crisis económico-financiera y las guerras están pidiendo una gobernanza global.
La Comisión sobre Gobernanza Global de la ONU la define como «la suma de las distintas maneras como los individuos e instituciones administran sus asuntos comunes y resuelven intereses diversos de forma cooperativa.
Incluye no solo relaciones intergubernamentales sino también organizaciones no gubernamentales, movimientos de ciudadanos, corporaciones multinacionales y el mercado de capitales global» (véase el sitio respectivo de la ONU por Internet).
Esta globalización se da también a nivel cibernético, por medio de las redes globales, una especie de gobernanza sin gobierno. El terrorismo ha provocado una gobernanza de seguridad en los países amenazados. Hay una gobernanza global perversa que podemos llamar de gobernanza del poder corporativo mundial hecha por los grandes consorcios económico-financieros que se articulan de forma concéntrica hasta llegar a un pequeño grupo que controla cerca del 80% del proceso económico.
Esto ha sido demostrado por el Instituto Federal Suizo de Investigación Tecnológica (ETH) que rivaliza en calidad con el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), y ha sido divulgado entre nosotros por el economista de la PUC-SP Ladislau Dowbor. Esta gobernanza no se da mucho a conocer, pero a partir de la economía influye fuertemente en la política mundial.
Estos son los contenidos básicos de una gobernanza global sana: paz y seguridad, evitando el uso de la violencia resolutiva; combate contra el hambre y la pobreza de millones de personas, educación accesible a todos para que sean actores de la historia, salud como derecho humano fundamental, vivienda mínimamente decente, derechos humanos personales, sociales, culturales y de género; derechos de la Madre Tierra y de la naturaleza, conservada para nosotros y para las generaciones futuras.
Para garantizar estos mínimos, comunes a todos los humanos y también a la comunidad de vida, necesitamos relativizar la figura de los Estados nacionales, cuya tendencia será ir desapareciendo en nombre de la unificación de la especie humana sobre el planeta Tierra.
Igual que hay una sola Tierra, una sola humanidad y un solo destino común, debe surgir también una sola gobernanza, una y compleja, que se haga cargo de esta nueva realidad planetaria y permita la continuidad de la civilización humana.