Alguien decía que el verdadero desarrollo de los pueblos no se mide por sus grandes conquistas industriales, sino por su condición ética. Y que el indicador más elocuente es la forma en que trata a los animales. Si es así, la mayoría del planeta vivimos en el cuarto mundo. Los animales han sido vistos, desde la noche de los tiempos, como cosas sin valor ni dignidad, para ser encarcelados y exterminados, para ser sacrificados en rituales de horror que apacigüen a dioses más crueles que los humanos. Y muchos se preguntan por vida inteligente en otros rincones del cosmos, - lo cual está bien -- sin pensar en esas inteligencias que nos rodean y a las cuales les hemos negado toda sensibilidad.
En el un zoo de Omaha, en Nebraska, una mañana, los guardias quedaron estupefactos al ver un grupo de orangutanes felices, saltando sobre los árboles cercanos a las jaulas de los elefantes. “Alguien dejó la puerta abierta”, fue la primera idea. En una hora, los primates fueron recapturados. Pero al día siguiente se repitió la escena y hubo alarma en el zoo. Luego se instalaron cámaras vigilantes. La sorpresa fue tremenda cuando descubrieron que, en la noche, Fu Manchú, un orangután líder, introdujo un alambre a través de una estrecha rendija en la puerta, abrió el cerrojo y liberó a sus amigos. Y antes de que llegaran los guardias, se refugiaron en sus jaulas de manera disimulada, pero sin poder cerrar la puerta.
Los encargados llegaron hasta la jaula de Fu Manchú para descubrir dónde guardaba la ganzúa hecha por él mismo, y Fu Manchú, con cara de inocente, permitió ser requisado. Filmaciones posteriores mostraron que guardaba la ganzúa entre la encía y el labio inferior y por eso levantaba los brazos y sonreía tranquilo.
Conocida la noticia, Fu Manchú fue nombrado, con justicia, Presidente Honorario de la Asociación Norteamericana de Cerrajeros.
No sorprende menos lo que hizo Chucky, un pulpo en el laboratorio de un acuario en Nueva Zelanda: una noche levantó el techo de su pecera, salió, se arrastró sobre una mesa fuera del agua, se metió en el estanque de cangrejos y se comió uno de ellos. Volvió a salir, arrojó los restos a la basura, y regresó a su propia pecera donde volvió a respirar tranquilo. Fue descubierto por una cámara colocada a propósito, cuando alguien notó que la población de cangrejos en el acuario disminuía sin razón alguna. Solo entonces entendieron las manchas de agua que aparecían por distintas partes sin que nadie les prestara atención.
Dicen que en la vida, como en el ajedrez, es inteligente mostrar la inteligencia solo cuando haga falta. (O)