Cuando hablamos de Eloy Alfaro y la Revolución Liberal Radical, solemos enumerar muchas de sus acciones políticas y sus obras, sin embargo, omitimos dos legados profundamente revolucionarios de gran impacto temporal: el primero de ellos fue la politización del campesinado y los sectores populares; y el segundo, la secularización progresiva del pensamiento, sobre todo de los sectores medios y los obreros de las renacientes urbes.
El impacto cultural de la revolución radical alfarista no se sintió de manera inmediata, más bien funcionó como una ola con fuerza expansiva que atravesó al menos el siglo XX y transformó sobre todo el modo de pensar y vivir.
El lugar más potente para producir el cambio profundo en el pensamiento fue, sin lugar a dudas, el sistema educativo laico. La estrategia fue la penetración progresiva de las ideas seculares.
En esencia, de lo que se trataba era de sustituir la interpretación de la realidad a partir del dogma y la fe y comprender los fenómenos sociales y naturales por medio del positivismo y la ciencia. Pero además, en lo fundamental, comenzar a concentrar la mirada en el ser humano, y en el caso particular de los radicales, en la sociedad.
El alfarismo apoyado por intelectuales radicales fundó los primeros normales para la formación de los profesores que asimilarían y reproducirían la forma de pensar secular.
De la mano se hicieron esfuerzos para sustituir los antiguos manuales de enseñanza por nuevos textos que fueron escritos por sus intelectuales.
Se buscaba no un cambio de forma, sino un cambio de fondo, por lo que se modificaron paulatinamente los contenidos.
La revolución de las ideas también fue posible por medio de la creación del Registro Civil y la legalización del matrimonio civil y el divorcio, principios que rompían con viejas tradiciones.
La aparición de la mujer como actora pública significó otro de los sismos que conmovió el patrón para entender la composición de la sociedad y los principios de igualdad política de género.
Muchas décadas después, el legado de la Revolución se reflejaba en la formación de movimientos literarios y sociales.
En lo esencial, la gente comenzaba a comprender que el sujeto de la historia era la sociedad y que el mundo podía ser efectivamente cambiado para mejorar las condiciones de vida.
La solución a los problemas era un asunto político de los hombres y mujeres que habitaban la Tierra. El destino no estaba escrito.
Muchos historiadores señalan que después de la fase revolucionaria liderada por Eloy Alfaro y tras su muerte, la burguesía consolidó su poder frente a los viejos poderes terratenientes serranos.
En efecto, tras el asesinato de Alfaro, los poderes fácticos, convertidos en una gran plutocracia, incrementaron su hegemonía al controlar el Estado y el capital.
Sin embargo, las masas ya no eran las mismas, debido a que el radicalismo había logrado el cambio en la correlación de fuerzas.
Los grupos urbanos, hijos de la revolución cultural, producto de la secularización de la sociedad, fueron a lo largo del siglo XX los protagonistas de las luchas populares contra la oligarquía, y en otros casos los creadores de un nuevo arte y los discursos humanistas y sociales. (O)