¿Quién no ha escuchado aquella frase: “ama a tu prójimo como a ti mismo”? mas, si por el oír o conocer simplemente este mandato cristiano, pudiésemos practicarlo a diario, el mundo sería un paraíso. ¿O será que ni siquiera a nosotros sabemos amarnos? Entre nuestras experiencias cotidianas, encontramos algunas que, si les prestásemos debida atención, nos proporcionarían valiosos elementos de reflexión; tal es el caso de los acuerdos, tratos y negocios que celebramos a cada momento, desde el precio de un bien o servicio, la entrega de una obra, la asignación de un trabajo, el porcentaje de utilidad de un negocio, el horario de una reunión, la obediencia a una señal de tráfico, etc.
Todos estos actos que representan un compromiso con terceros, miden el grado de respeto y consideración que guardamos a los demás, sin siquiera hablar de benignidad, misericordia, solidaridad u otras manifestaciones de dimensión superior, que no vamos a tratar por ahora. Lo cierto es que, desde las relaciones intrafamiliares en el hogar, hasta las que tenemos en los negocios o con autoridades e instituciones públicas, tenemos la oportunidad de mostrar el respeto que sentimos por los demás, lo cual es un indicador de nuestra calidad humana o grado de evolución espiritual.
¿Acaso alguien que vive de forma mezquina, mirando sólo sus intereses y aprovechándose de los demás, es capaz de amar a su prójimo? ¿Cree usted que quien bota basura por la ventana de un vehículo, irrespeta las señales de tránsito, o escandaliza a sus vecinos con ruidos, quiere a los demás?
Las experiencias desagradables con personas amables y bien educadas que, no obstante sus modales, demuestran absoluto quemeimportismo por los demás, al punto de ser capaces de “comerse el pez que otro atrapó y dejarle sólo las espinas, nos revelan el gran desamor que existe entre los humanos. El añejo tango “Cambalache”, escrito hace un siglo, no pierde actualidad y hasta se queda corto al narrar las miserias y maldades de hoy.
El amor al prójimo no radica en mandarse abrazos ni desearse (verbalmente) lo mejor, si no se siente verdaderamente, pues el amor es como una flor que exhibe su belleza sin pronunciar palabras, demostrándose en los actos diarios y, sobre todo, en las circunstancias más críticas o cuando están en juego nuestros intereses. Por eso, al reflexionar y preguntarnos si estamos aplicando el mandamiento de “amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos”, con tristeza tenemos que contestar: “DE NINGUNA MANERA”.