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El Telégrafo
Salvador Izquierdo

Comida sobre obras maestras

28 de octubre de 2022

¿Por qué Van Gogh? ¿Por qué sopa de tomate? ¿Serán estos los elementos que configuran el próximo cambio social positivo?

Quizás sea preferible llevar el debate más hacia el terreno del arte: las obras en disputa, las acciones performáticas realizadas, el carácter serial de todo esto, los museos, las personas que visitan y trabajan en esos museos… y menos hacia el activismo o cualquier intención publicitaria de individuos u organizaciones. Pero antes de poder hacer eso, para descartar el falso debate moral, me gustaría añadir una lista de supuestos, porque muchas personas, los mismos activistas para empezar, consideran que la ausencia de daño material sobre las obras es parte sustancial de su protesta.

…Y en el supuesto de que alguien inspirado por esta gente decida mañana arrojar colada morada sobre un cuadro de Egas en el museo que lleva su nombre en el Centro de Quito (que no tiene vidrio y que no está preparado para atender este tipo de situaciones), ¿qué pensarías? Si algún extraño lanzara comida y pegara su mano con goma sobre algo tuyo, tu celular, por ejemplo, ¿te molestaría? O en el supuesto de que alguien lance mole sobre un cuadro de Frida Kahlo o paté sobre una máscara africana: ¿habría un cambio de opinión sobre estos actos? ¿Habría otra moral si los objetos afectados fueran tuyos o de culturas que también han sido violentadas históricamente? En 2001 nos escandalizamos cuando se destruyeron los Budas de Bamiyan. Si los talibanes a cargo de la destrucción hubieran aclarado que con ese gesto estaban llamando la atención sobre la desigualdad económica entre naciones, ¿hubiera estado “todo bien”? Hace poco en Quito, se denunciaban intentos de destruir un mural del artista urbano Apitatán que, en el marco del debate sobre el matrimonio igualitario, mostraba a parejas homosexuales besándose. ¿Estaba mal, ahí sí, la violencia de los moradores del sector que no querían ver esa realidad?

Por más que le doy vueltas, no se me ocurre una instancia en la que esté justificado lanzar comida sobre una obra de arte exhibida en un museo.

El art-activism es un movimiento como el impresionismo o el posimpresionismo. No va a lograr cambios sociales inmediatos sino expandir la expresión humana y perpetuar la importancia política y el status de la que goza la institución del arte. Cuando un activista lanzó un pie con crema sobre la Mona Lisa también generó una plataforma de teatro al disfrazarse como una anciana en silla de ruedas, y, por supuesto, lanzar un pie con crema en la cara de un retrato tan famoso es una variante de un chiste que viene del cine mudo o de antes; cuando dos chicas lanzaron sopa de tomate sobre los girasoles de Van Gogh abrieron la puerta a los creadores de memes y aportaron al pop-art de Andy Warhol (quizás los organizadores de la muestra interactiva que hay ahora mismo en Quito sobre el artista holandés añadan una versión de este cuadro manchado); cuando otros activistas lanzaron puré de papas sobre “Les Meules” de Monet y se pusieron en cuclillas frente a la pintura impresionista transformada de repente en action painting crearon una nueva obra de arte: esa fotografía de ellos, intrépidos, jóvenes, bravos, a todo color.

Tanto los girasoles de Van Gogh como “Les meules” de Monet pertenecen a series que incluían bocetos, varias versiones. La acción de echar comida sobre obras maestras para llamar la atención sobre el cambio climático toma la misma forma. Tanto los girasoles como los montones de paja hablan del lugar que ocupa lo visual en nuestras vidas, de cómo decoramos o creamos imágenes insistentemente. El arte tiene que ver con un intento de orden. Los grupos activistas también generan imágenes memorables que alimentan el mundo coleccionable. Nada está en juego desde la perspectiva del mundo del arte. Producción, mercancía, fama, belleza. Este tipo de arte-activismo debería aceptarlo con mayor honestidad. O deberían reconocer que lo que buscan (además de la denuncia al daño ambiental) es la suficiente dosis de polarización social como para seguir justificando lo que hacen. Un arte del guilt tripeo y del desorden.

La obra de Van Gogh ya aludía a la pugna entre expresión y decoración, a la batalla humana frente a la transitoriedad (parte de la serie son unos girasoles marchitos) y a la fragilidad de los seres vivos. ¿Qué aportes ofrece la sopa de tomate, las camisetas con lemas, las manos pegadas con goma, los gritos? Una disrupción cargada de violencia.

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