En política exterior hemos construido a lo largo de muchos años, casi todos los de la vida republicana, una subordinación vergonzosa a los designios de las potencias. Siglo XXI y muchas mentes siguen ahí, varadas en esa dependencia e intentando convencernos de que su mirada colonizada es la que más nos conviene.
Decir que Correa intenta imponer su punto de vista al resto de la comunidad americana, la de todas las Américas, solo porque no asiste a esta cumbre, la de Cartagena, en rechazo a la exclusión de Cuba, es de una pavorosa miopía. Defecto visual que tiene básicamente una razón de ser: dependencia ideológica con los Estados Unidos.
La política exterior se caracteriza sobre todo, dicen, por la paciencia, el diálogo y la búsqueda de consensos. Bien, pero: ¿hasta cuándo Estados Unidos se burla del resto e impone la ausencia de Cuba? Da pena, y vergüenza también, el comportamiento del resto de presidentes de la región. Santos tenía casi un acuerdo: Cuba estaría en Cartagena, hasta que se topó con Obama y Cuba, otra vez, afuera.
Frente a esa brutal imposición de tantos años, sin que se pueda cambiar hasta que Estados Unidos así lo quiera, nada dicen estas mentes. Ahí radica la verdadera imposición, contra la que habría que luchar, para torcer el oprobio. No es ya solo la cuestión de Cuba, esa imposición estadounidense nos deja reducidos, chiquititos, dependientes, como si no hubiésemos alcanzado una cierta madurez.
Los Estados también avanzan, crecen, maduran, construyen sus instituciones de acuerdo a su cultura, a sus propias necesidades y visiones. A América Latina le hace falta creer en su historia, una que le permita dejar atrás el miedo y la dependencia. El día que podamos sentarnos a la mesa, con igualdad de derechos, por muy pequeño que pueda ser un país, recién habremos sentado las verdaderas bases soberanas.
No hace falta hablar de Cuba, como justificándose ante el imperio, para poder abordar el tema. Cuba debería estar ahí por sus propios derechos. Después que cada quien que hable de su concepto de democracia, de sus fortalezas y sus flaquezas, de cómo defiende los derechos humanos, de qué habla cuando los invoca. De las cárceles, de las torturas. De lo verdadero y lo falso.
Ecuador se ha quedado solo, esa la dramática sentencia, lo leo en los dichos de antiguos diplomáticos. Creo que se precipitan, creo que se arrogan un juicio que demanda más tiempo y que le corresponde a la verdadera historia. Una que, siendo inclusiva, abigarrada, nos dignifique.