Colombia se desangra. Las ciudades son campos de batalla donde se enfrentan el Estado -históricamente oligárquico- y la sociedad civil, dejando decenas de muertos. Es simple e irresponsable reducir la comprensión de los hechos a la hipotética injerencia extranjera. El camino para aproximarnos a una respuesta a priori es el análisis de la realidad social colombiana, en el contexto de una región andina impactada por la crisis múltiple de la globalización capitalista y la tensión entre potencias.
La sociedad colombiana es hija de un proceso colonial que dejó sembrado enormes desigualdades. Tras la ilusión, la Independencia legó en el área andina un reguero de repúblicas oligárquicas. La democracia no es tal, porque al final ella no es dirigida por la sociedad civil, sino por grupos de poder anclados a un sistema escalonado mundial.
Una de las singularidades de Colombia ha sido la presencia de grupos armados, sean los que originalmente se identificaron con el idealismo del poder popular, los paramilitares u otros articulados a la agricultura e industrialización ilícita de la coca. En los hechos esas organizaciones han mantenido una economía de guerra localizada en áreas rurales. Esa economía irregular presionada, expulsa a cientos a no lugares. El país tiene cuatro millones de desempleados, más de dos millones y medio sufren hambre (FAO). Experimenta un decrecimiento drástico del PIB del 6.8% y una balanza comercial deficitaria.
La explosión de Colombia es producto de la crisis económica que afecta a los sectores medios y más pobres, y a un Estado preso de unas elites incapaces de entender y atender las demandas de la población. Existe una sociedad civil que carece de canales políticos, porque la izquierda también ha sido incapaz de entender que tomar el poder del Estado no debe ser el principal objetivo, sino más bien, la organización social para lograr cambios en paz, que beneficien a la sociedad.
Colombia no es la única. No hay que olvidar que las protestas han recorrido un eje que se inicia en el área andina y tiene como espejo en EE.UU., donde también hubo protestas y hechos de sangre. Esas protestas comparten un denominador común: la acción de los jóvenes, no solo desempleados, sino lo que es peor, sin esperanzas, porque uno de los legados del capitalismo tardío y la “Pos modernidad”, es la muerte del futuro y la crisis de la democracia.