El presidente Juan Manuel Santos quiere convertir a Colombia en el caballo de Troya de Unasur y América Latina, a través de su afanosa y sospechosa búsqueda de lograr un “acuerdo”, si no la incorporación del hermano país a la OTAN, Organización del Tratado del Atlántico Norte.
La OTAN es una organización militar que representa al imperialismo mundial. Fue gestada por EE.UU. con sus aliados de Europa, el 4 de abril de 1949, en plena Guerra Fría, con el propósito de enfrentar a la Unión Soviética y el “peligro comunista” de entonces.
Su inicial circunscripción territorial fue el Atlántico Norte y se inició con 12 países, incluyendo EE.UU. y Canadá; al momento y tras el colapso de la URSS, tiene 28 países miembros, muchos fuera de aquella. Es un tratado militar armamentista de protección, cooperación bélica y política.
Su acción ha sido nefasta, de agresión a los pueblos. Como fue concebida con fines expansionistas y de injerencia política abierta, patrocina rebeliones con armas y logística, bombardeos, desinformación y guerras fraguadas contra gobiernos y países, en salvaguarda de los intereses de las grandes potencias. Estuvo presente en la agresión a Argentina, a través de las Malvinas. A sangre y fuego agredió a la ex Yugoslavia, Túnez, Irak, Egipto y Libia. Actualmente interviene en Siria.
El argumento de Santos es que hay que “pensar en grande” y que el “ejército (colombiano) puede distinguirse a nivel internacional”, por tanto “nada mejor que asociarse a la OTAN”. Esta organización militar terrorista del imperio y del neoliberalismo, basándose en el Art. 5 de su estatuto, puede intervenir abiertamente en cualquier país “a pretexto de una agresión contra un Estado miembro, que obliga a sus miembros a tomar medidas, incluyendo el empleo de la fuerza armada”.
Todo esto coincide con el recibimiento al golpista Henrique Capriles, asociado al narcopolítico Álvaro Uribe, que se encuentra en plena conspiración contra el Gobierno de Venezuela y en momentos en que desde EE.UU. se busca revivir el ALCA, con la Alianza del Pacífico, junto a Perú, México, Chile y Costa Rica, impulsores de los TLC que nuestros pueblos rechazan por atentatorios justamente al “libre comercio” y al interés de millones de productores locales.
Hay que recordar que Colombia, por décadas, con el pretexto de su conflicto con las FARC y del tráfico de drogas, ha sufrido una extrema dependencia militar de EE.UU., que tiene siete bases militares en su territorio. Con los mismos pretextos en el gobierno de Mahuad penetraron en la base de Manta y Rafael Correa los expulsó.
Las reacciones han sido inmediatas en América Latina. El presidente Evo Morales demanda una convocatoria a Unasur y su Consejo de Defensa que justamente propugna que nuestra región esté libre de armas nucleares y sea declarada Zona de Paz.
Las intenciones de Santos contrarían estos propósitos, buscan debilitar los esfuerzos integracionistas de solidaridad y beneficio mutuo en la región, a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), aúpan las posiciones intervencionistas en la Revolución Bolivariana de Venezuela, atentan contra los gobiernos democráticos y el gran objetivo de la Patria Grande, sueño del Libertador Bolívar.
Hay que estar en alerta, salirle al paso a Santos y su actitud traidora, junto al pueblo de Colombia.