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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Cobardía

05 de abril de 2018

“El hombre que tiene miedo sin peligro, inventa el peligro para justificar su miedo”, lo dijo el profesor Alain Emile Chartier, ensayista y filósofo francés. Y nos viene muy a propósito para describir lo que estamos viviendo durante este crítico período de la vida republicana del país.

La pasada Semana Santa sirvió de escape para muchos que disfrutaron de la serranía y de las playas o en su defecto participaron en las multitudinarias procesiones del Viernes Santo pidiendo a Dios benevolencia por el miedo al “paquetazo” tantas veces negado y que finalmente no se dio. Pero estamos todavía muy temerosos, pues hay enemigos reales en la frontera norte, tres periodistas secuestrados; y eso nos abre la imaginación para inventar más enemigos invisibles y escenarios catastróficos.

Bueno, nos hemos acostumbrado a exagerar nuestra situación. Estuve en Lima la víspera de la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski, que aparentemente era muy claro para todos y allá nadie lo comentaba a pesar de que estuve en un ambiente académico muy bien informado. Y no se diga la temperancia de los ticos que, en su búsqueda de un líder idóneo para Costa Rica, se decidieron por el oficialismo frente a una cruzada religiosa que les daría un mesías.

No, los ecuatorianos no somos así. Nos quejamos de todo, hacemos caso a cualquier rumor, somos noveleros y, por supuesto, muy, pero muy apasionados de las cosas, ideas y, sobre todo, de las personas. Y eso nos hace pasar fácilmente del amor al odio. Considero muy justificados los ataques al correísmo, que de alguna manera arrastran al actual Gobierno, reflejando el vibrante deseo de que Rafael Correa no regrese nunca más a la palestra política; sin embargo, día a día le dan más pantalla y presencia en medios, lo cual es muy necesario para él, para mantenerse vigente en un ambiente que nunca deja de ser electoral.  

Escucho que debimos deshacernos de Correa en 2007 y en esa época oí a más de uno decir: “Muerto el perro, se acaba la rabia”. Pues nos duró diez años y parece que no tuvimos el coraje de oponernos frontalmente, como sí lo hicimos con Abdalá, Jamil y Lucio. Pues bien, ahora tenemos que aprender algo del irlandés Laurence Sterne, que escribió esta lapidaria frase hace 300 años: “Solo el valiente sabe cómo perdonar… un cobarde nunca perdona, no está en su naturaleza”.

Pero hay que recordar que es simplemente perdón al político que se equivocó de camino, de ninguna manera impunidad al corrupto. (O)

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