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El Telégrafo
José Vales

Claustrofobia global

27 de marzo de 2020

Si la realidad mundial fuera una carrera de caballos, habría que prestar mucha atención al paseo de los competidores. Una vez que se observa el material, el mejor negocio a la hora de las apuestas es y será el pesimismo. Y si no, ahí quedó la obra de Paul Virilio, fallecido en 2018, quien machacó con la claustrofobia global tras la caída del Muro de Berlín en el 89.

Si faltaban pruebas acá estamos encerrados dentro de nuestras fronteras y viendo cómo los líderes en occidente conducen esta inimaginable “guerra” a tientas y con una falta de sentido común que puede ser más dañina que el propio covid-19.

En Italia y en España se denota a todas luces una mala praxis política. Y lo peor que algunos gobiernos latinoamericanos van copiando hasta la última coma de los decretos de esos países. No se puede enfrentar una guerra convencional sin estrategas.

Pero no es tiempo de tipos como Carl Von Clausewitz o Vo Nguyen Giap, porque esta es una guerra no convencional. Es tiempo de epidemiólogos y economistas, en las mesas de situación, en lugar de políticos como escasa o nula preparación. Pero al parecer, los líderes, responsables absolutos de las decisiones, no les abren el juego a los expertos.

El confinamiento para frenar la pandemia, va teniendo efectos colaterales de graves consecuencias. La economía mundial se desploma y los niveles de pobreza e indigencia trepan a niveles exponenciales. De ahí a los saqueos y la violencia generalizada hay solo un suspiro.

Máxime en países con crisis económicas en pleno proceso.

Todo es dantesco cual final de época. Todo se cuestiona, hasta las libertades básicas. Como si el sistema hubiese pulsado la tecla “To Reset”, para reconfigurar a la sociedad global, sin que nadie presente resistencia. Al menos por ahora o hasta que Netflix, nos diseñe un héroe.

En el paseo previo, los competidores no nos dan lugar al optimismo. El tiempo apremia y las ideas para decisiones novedosas no se vislumbran.

Como en toda guerra -convencional o no- habrá vencedores y vencidos. Y desde allá por el siglo XVII con De La Bruyere ya se saben cómo terminan las guerras: “Con el cuerpo del vencedor cayendo exhausto sobre el cadáver del vencido…”. (O)

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