Hace muy pocos días tuve la suerte de asistir y conversar personalmente con uno de los astronautas estadounidenses, uno que tuvo la suerte de subir más de una vez y contemplar la Tierra desde una dimensión a la que han llegado menos de 600 personas en toda la historia.
Ron Garan, astronauta de la NASA, habló de la delicada y delgada atmósfera de la Tierra, de la fragilidad y belleza que se puede contemplar desde el espacio; lo hizo con palabras sencillas y emotivas y puso énfasis en un mensaje que quiero compartir con ustedes.
Ese mensaje tiene relación con el sentimiento de que el planeta es uno solo, que la responsabilidad por mantenerlo vivo es de todos y que, cuando regresa del espacio, cuando toca la tierra, no importa en qué pedazo del planeta lo haga, siente que ha llegado a casa. Porque el planeta Tierra es su casa.
De ahí se desprende el que se sienta más confortable hablando de ciudadanía planetaria, más que global, por pensar que lo global se vincula muchas veces con intereses económicos, por lo que hablar del concepto de Ciudadanos del Planeta resulta más acertado, más todavía si se lo hace desde una dimensión humana, de preservación de la vida y de la calidad de la misma.
La descripción de la emoción al ver el planeta, ese planeta azul en el que puede distinguirse la gran Amazonía, las altas montañas, inclusive nuestras islas Galápagos, es algo que conmueve, que nos da cuenta de la dimensión de los sentimientos que este planeta azul puede inspirar.
Hemos maltratado a la Tierra, la hemos desdibujado en muchos lugares, haciendo que la propia vida de los seres humanos y de otras especies peligre; pero también sabemos que el accionar de los seres humanos puede marcar la diferencia, para bien y para mal.
La decisión está en nuestras manos, en pequeña o en gran escala. Pero jamás debemos perder de vista que muchas acciones pequeñas se transforman en grandes, impactantes, maravillosas. (O)