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El Telégrafo
Guido Calderón

Ciudadanía amazónica

02 de agosto de 2015

Conversaba con un padre de familia cuya hija invitó a cuatro compañeras de su universidad de Quito a que vengan a disfrutar de la hospitalidad amazónica por unos días en Puyo, capital de Pastaza, la  provincia más grande del Ecuador, al punto de que estando apenas a 2 horas de Ambato, por el sur limitamos con Perú y tenemos un 35% del Yasuní.

Mientras él conducía las 4 horas que demora el trayecto, escuchaba todas sus emocionadas conversaciones y debió responder algunas preguntas que le parecieron ingenuas y hasta innecesarias, que evidenciaron lo poco que las nuevas generaciones conocen de la Amazonía, y en este caso específico de Puyo. ¿Hay agua  potable? ¿Ingresan los monos a las casas? ¿Existen supermercados? ¿Usted ha cazado con cerbatana? Y más interrogantes que eventualmente mezclaban humor y ganas de molestar a la anfitriona, que como toda señorita amazónica que sale a estudiar en otra capital provincial, debe resistir desde la leve burla hasta el más feroz acoso por el hecho de haber nacido en la Amazonía y no ser indígena.

Está penosamente claro para nosotros que cuando se menciona el “oriente” o “región oriental” se refieren a la Amazonía Ecuatoriana, que es el nombre legalmente correcto que poco a poco se va posicionando en el imaginario nacional, pero vinculándolo mayoritariamente con el mundo indígena, luego con las petroleras, lo que indefectiblemente implica contaminación y prostíbulos, finalmente con depredación de un paraíso forestal, tala ilegal y tráfico de especies en peligro de extinción.

Difícilmente a la Amazonía se la vincula con ciudades normales y comunes como las de la Costa o la Sierra, con problemas de falta de parqueaderos o congestión de tránsito. No vemos imágenes del mediodía a la salida de los colegios con centenares de adolecentes uniformados, chicas que suben a buses urbanos hacia ciudadelas con casas grandes y bonitas con un auto en la cochera. O que con una llamada nos traigan una pizza al domicilio.

Entonces, si ni siquiera hemos logrado posicionarnos como ciudades, como urbes donde hay semáforos y tantas marcas de vehículos como en Guayaquil, ahora entendemos que es casi imposible posicionarnos como destinos turísticos y menos alcanzar diferenciación turística entre ciudades tan cercanas como Puyo, Tena o Macas, capitales provinciales –de Pastaza, Napo y Morona Santiago-  a poco más de una hora de distancia entre ellas, que uniendo sus regiones representan la quinta parte del territorio nacional.

La culpa parte de nosotros, que cuando tenemos que mostrar elementos amazónicos, insistimos en regalar el maito envuelto en hojas, no tenemos medios de comunicación de alcance nacional, no industrializamos nuestros productos como la guayusa, el ron, los lácteos o embutidos. La Amazonía cobija a millones de ecuatorianos y ecuatorianas, que en su mayoría habitamos en ciudades donde convivimos lo más civilizadamente posible, sin conceptos darwinianos que nos dividan, acá somos ciudadanos y ciudadanas que tenemos los mismos problemas laborales y alegrías familiares que los demás, aunque en el resto del país cuando nos identificamos como amazónicos ... aún nos miran raro. (O)

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