Las calles vacías; pero allí está la violencia. La gente recorriendo las calles y viviendo la violencia. La violencia vive. Las esquinas de los barrios retratando la violencia. La violencia y la gente violenta en las cuadras, trepada en motos, en tricimotos, en taxis, en taxis amigos ilegales; la paz está vacía, ausente, lejana. No hay paz: hay violencia.
La ciudad me desampara. ¿Dónde no hay peligros? Veo dos sospechosos en una moto y hay que salir corriendo. Esconderse. Los ladrones nos atacan a los ciudadanos y tenemos que huir, protegerse. cuidarse. La ciudad violenta está en todas partes.
Los muertos del sicariato no están en paz. Los que vemos morir por la maldad del sicario: tampoco estamos en paz. Los que aún estamos vivos estamos muertos de terror. La conexión sicario, violencia, terror, martirio es total. Alguien me está mirando: puede ser un sicario. Puedo deber algo: aparecen los sicarios y se acaba la vida. La violencia nos rinde homenaje día tras día. ¿Quién está detrás de la violencia? ¡Cómo conseguimos entrar en está vorágine de violencia incontrolable!
Me sucedió que fuí a una conocida Cevicheria en Guayaquil. Con unos colegas juristas. Voy al baño y cuando regreso, en razón de segundos, entran dos delincuentes y les roban a mis dos amigos. No me robaron porque estaba en el baño. Nadie se salva de está tragedia social. Todas las ciudades son ciudades violentas. ¿Qué hacer? ¿Traer a Buquele el popular presidente salvadoreño? Quizás.
O pedirle al presidente Lasso más mano dura? O suplicarle al ladrón que no me robe, qué no nos roben? Las campanas suenan y resuenan y están avisando que dos en una moto es peligroso. Qué estar en la calle es peligroso. Vivir es peligroso. Qué Dios nos ayude.