En la percepción de la experiencia del ciudadano común, las ciudades en donde vivimos son complejas plataformas de interacción humana interconectadas por una infinidad de variables sociales, políticas y económicas que han sido y son transformadas por las interacciones humanas con la cultura y las costumbres de sus habitantes. Las ciudades son espacios de creación y de disputa entre los histórico y lo moderno. Son un espacio que se moldean constantemente para bien o para mal de los ciudadanos. En las ciudades perviven las tradiciones y la constante renovación. Los especialistas dicen que la ciudad es un ecosistema vivo, dinámico y complejo en el que se desarrolla la experiencia más fundamental del ser humano: la vida.
Los gobiernos locales, por su parte, conciben o por los menos deben considerar que la ciudad como un territorio a proteger y desarrollar en beneficio de los ciudadanos, a través de una gestión que le ofrezca la satisfacción de sus deseos y necesidades. Los municipios son una especie de guardianes del convivir comunitario. En las ciudades hay todas las expresiones de organización de la sociedad, son los espacios de mayor dinamismo de la vida humana en sociedad. También, la gestión privada observa al espacio ciudad como la oportunidad para generar utilidades dentro del mercado urbano que brinda el territorio urbano.
La ciudad, en otras palabras, es un complejo de interacciones humanas solidarias, políticas y de disputa entre las fuerzas organizadas de los ciudadanos y que destacan lo público y los privados. Ya no se lo puede mirar a la urbe solo con los ojos nostálgicos de los que fue y no pudo ser, recuerdo con cariño, por ejemplo, a mi Quito de los setenta y ochenta, ciudad que la caminaba con un placer y alegría y que se congelo en mi memoria; y ahora, la observo a mi ciudad en su desarrollo de gran urbe con su tremenda complejidad de una vida menos solidaria y cada vez más competitiva, conflictiva y violenta.
Desde cuando el ser humano se organizó socialmente en los espacios comunitarios urbanos y decidió compartir un mismo territorio y estipulando reglas de convivencia colectiva, las relaciones sociales se establecieron básicamente bajo dos aspectos afectivos y de profunda expresión de las costumbres y de la cultura: la colaboración y el conflicto que son connaturales a la coexistencia urbana y que provocan un impacto en el entorno de sobrevivencia de los ciudadanos.
Es necesario que las autoridades nacionales y locales promuevan la colaboración equilibrada entre públicos y privados, porque es sabido que genera riqueza y que se puede percibir en varias dimensiones. A grandes rasgos, inciden en las tres esferas cotidianas: la esfera económica, con la división del trabajo para multiplicar el capital de todos y que hoy más que nunca requerimos multiplicarlo, la esfera política, con la participación de todos en las decisiones territoriales y jurídicas, y la esfera social, que integra personas, generando relaciones humanas sustantivas para la convivencia. El conflicto también es consustancial a la ciudad, pero no impide el desarrollo. Todo lo contrario, si en lugar de una disputa pensamos en un debate de ideas en el que inteligencias defiendan sus puntos de vista, ahí está la evolución del desarrollo humano y social. Pero por eso, necesitamos de políticos que nos den confianza y de empresarios comprometidos no solo con el capital sino con su comunidad de su ciudad que le brinda fuerza de trabajo, infraestructura, normativa, incentivos y también obligaciones.
Está llegando la hora que las poblaciones hagamos las transformaciones sustantivas desde las ciudades. porque simplemente el modelo de Estado nacional ya fue sobrepasado, superado en todas las dimensiones de las necesidades actuales de los seres humanos. Nos toca más actuar localmente y cuidado con elegir a payasos de la política; claro está, con permiso de los payasos.