Nada más ni nada menos, esa es la cifra aproximada de desempleados en España. Para ser exactos son 4’978.300, esto significa que el 22,6% de la población económicamente activa está sin trabajo, pero lo que es peor, uno de cada dos jóvenes de hasta 25 años se encuentra en el paro. La ocupación disminuyó en 146.800 personas en el tercer trimestre, hasta los 18’156.300 ocupados.
Con esa tasa de desempleo alarmante no es dable esperar expresiones de optimismo entre los ciudadanos de un país que duplica en porcentajes de paro a la media de la Eurozona, que es de 9,97%. Según la última encuesta realizada por el Centro de Investigaciones Sociológicas de ese país, las tres instituciones en las que menos confianza tienen los españoles son, en orden decreciente, el Parlamento, el Gobierno y los partidos políticos.
Es difícil que un régimen político cuente con la confianza de un pueblo agobiado por una crisis económica lacerante, de prácticamente cinco millones sin empleo, a los que se suman casi cuatro millones de personas trabajando en la precariedad laboral (25% de los asalariados, uno de cada cuatro, tiene contratos temporales).
Resulta lógico que la ciudadanía haga responsable de sus desventuras al Gobierno, y que, en definitiva, identifique como “villanos” a los políticos, que en esta encuesta están cuestionados: en una escala de 0 a 10 (mucha confianza), solo alcanzan un 2,76%.
Asimismo, el 73,56% de los españoles reprueba la política (el 86% ve la presente situación económica como mala), un 65% critica la gestión del gobierno socialista, y casi un 60% juzga severamente al opositor Partido Popular. Sin duda, es parte de la naturaleza humana, eso de trasladarle “al sistema” la causa de los problemas de cada uno.
Pocos hombres asumen sus propias culpas. Es mucho más fácil expresar que las tuvo el otro, así como sumarse a la corriente y optar por la demagogia rentable y populista, a tener que afrontar y resolver las vicisitudes cada uno y en conjunto, señalando las responsabilidades de unos y otros.
Esto no es privativo de los españoles, pero en el caso de ellos deberían tener presente que ese Gobierno, ese Parlamento y esos partidos políticos, en los que hoy no confían, no hace mucho eran los responsables de la euforia española y de que disfrutaran de un normativa laboral y de seguridad social (horario, vacaciones, seguro de paro, asistencia médica, indemnización por despidos, derecho a retiro, etc.), casi sin parangón en el mundo y en general superior a la que gozaban otros trabajadores de la Unión Europea.
Esa fue la obra del Gobierno y de los políticos, pero era demasiado bueno para que durara mucho tiempo. En consecuencia, cabe reflexionar que la responsabilidad de la crisis actual no recae solamente en los políticos, sino más bien, los españoles tienen que ver y admitir su parte de responsabilidad en todo esto. No basta con indignarse. Si no lo ven ni lo asumen, la salida es imposible.