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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

¡Qué cholita!

16 de julio de 2020

Los latinoamericanos asignamos valores positivos o negativos a determinadas palabras. Todo aquello que antiguamente se refería a la devoción y a la virtud, representaba lo bueno; y todo aquello relacionado con los pecados se asociaba a lo malo. Posteriormente se catalogaron las palabras sucias, burladas por el lenguaje popular y recogidas por la literatura social.

Palabras sensibles tales como: naturales, indios, mestizos, negros, mangaches, zambos, mulatos, cholos y montubios, fueron creadas en la Colonia para institucionalizar las diferencias. Sin embargo, en el paso del tiempo, esas acepciones adquirieron significados polisémicos. Por ejemplo, en Chuquisaca, (Bolivia), la palabra “cholos” era usada en 1809 para nombrar a la plebe mestiza con propósitos políticos.

En la costa ecuatoriana se reconoce como “cholos” a los pescadores y comuneros descendientes de indios y mestizos. En Manabí, también usamos la palabra para expresar cariño a los hijos a los que les decimos “mi cholito lindo o mi cholita preciosa”, cuando los abrazamos. En el caso de Cuenca, la palabra adquirió connotación poética e identitaria, referenciada en un famoso verso - pasacalle: “Chola cuencana, mi chola, capullito de amancay, en ti cantan y en ti ríen las aguas del Yanuncay”.

La tensión respecto de algunas palabras, también toca al “negro” o “negra”, ahora llamados afroamericano. Sin embargo, muchos de esos pueblos aceptan la antigua denominación, recogida además por sus más grandes poetas, uno de ellos Antonio Preciado: “Comprendo que la negra y su negrito no tengan el semblante de un fogón apagado”.

Los latinoamericanos hemos tenido la capacidad de recrear la lengua del conquistador, hasta al punto de convertir en polisémicos aquellos vocablos valorados como negativos. No debemos perder esa capacidad, ni reducir nuestra riqueza idiomática, presos de la desmemoria e inducidos por un presente que, aunque se enuncia libre, está siendo funcional a un sistema de dominación y censura, que sigilosamente nos está legando un nuevo diccionario de “malas palabras”.

El Inca Garcilaso de la Vega decía que los pueblos originarios tenían palabras que adquirían significado distinto según la hora del día en la que la pronunciaran, y que los invasores no las entendían porque no habían sido paridos del vientre de nuestra cultura, de sus fábulas y verdades. (O)

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